En principio, lo único que me provocó esta comedia europea fue nostalgia. En efecto, la nostalgia decepcionante que me dejó como saldo venía encabezada por un interrogante fundamental: ¿Qué habrá sido de la vida de esas comedias europeas de antaño, dónde dicha sociedad se autocriticaba y se volvía sobre sí misma de una forma constructiva, retratando su costumbrismo y cotidianeidad con una mirada personal, sin por ello dejar de hacer reír hasta el dolor de barriga?
Y todavía más: ¿cómo fue que se llegó a este tipo de comedia burda, abundante de clichés, densa, caricaturesca, aparatosa?
El argumento se posa en Andrei, un director sinfónico expulsado brutalmente de la orquesta (el Bolshoi) durante la época de la persecución comunista, que en el presente sobrevive, para colmo, siendo el encargado de limpieza de dicha orquesta. Deseoso de recuperar lo perdido y reivindicarse, viaja a París con el objetivo de presentarse en un prestigioso teatro junto a todos los otros veteranos músicos que lo acompañaban en ese entonces, bajo el engaño de que se trata realmente del Bolshoi ruso.
El metraje resultante es un rejunte de humor sin humor, chistes fáciles gratuitos, ridiculizamiento gratuito de las culturas rusa, francesa, gitana, judía, árabe, sobre todo la primera, amparada en una supuesta “revisión” histórica que, al igual que en El Secreto de sus Ojos, por más que pertenezcan a géneros distintos, terminan obedeciendo a un sentimentalismo sin una pizca de interés real en su propio pasado. ¿Qué pasó, por ejemplo, con Amarcord, de Fellini, film también repleto de personajes pintorescos como en la presente, lleno de situaciones típicas y frecuentes retratadas en pos de hacer a su vez una revisión histórica de la sociedad italiana mussolinista, anclada en lugares comunes pero al mismo tiempo llevándolos mucho más allá y reconstruyendo aquel viejo imaginario entero para ser repensado críticamente?
En El Concierto ni siquiera está claro lo que se propone. Pretende combinar la pasión artística de un director de orquesta junto con un conjunto de músicos olvidados que se las rebuscan para sobrevivir en el presente, con la seriedad sociopolítica histórica, la comedia revoltosa, y de a ratos excesivamente empalagoso, de enredos, y hasta el tema de la recuperación de la identidad. Pero finalmente no se inmersa de lleno en ninguno de los temas propuestos.
La sobrecarga temática de la película produce que el montaje se apresure de forma sistemática y pase revista casi alfabéticamente a la situación particular de cada uno de los personajes secundarios: el encuentro del manager de la supuesta orquesta con su antiguo aliado comunista; padre e hijo judíos que recorren París con el objetivo de hacer changa;, el pasado de la violinista; el repentino descubrimiento de la farsa por parte del administrador del Bolshoi que casualmente está de vacaciones en París (un dato: durante toda la secuencia sobrante de su paseo por París junto a su familia no lograba recordar de quién se trataba hasta que finalmente lo descubre).
Si bien había escenas muy rescatables que obedecían al género más puro de la comedia, como por ejemplo el llamado de parte del manager al administrador del teatro francés donde se presentará la orquesta, cómo éste al colgar se desespera y muestra el choque que le produce tener que admitir a una orquesta rusa allí, o cuando el manager se queda sólo y abandonado en el restaurante que tanto peleó por conseguir con una odalisca que le baila solitariamente mientras come; llega un punto donde el sentimentalismo comienza a jugar sus cartas y el discurso se resquebraja estrepitosamente. Para un concierto que pretende ser sinfónico, todavía le falta afinar un poco más sus instrumentos.