El mareo
Andrey Filipov (Aleksey Guskov) supo ser el ex director de la orquesta del Bolshoi, pero en tiempos de Gobierno comunista en Rusia lo echaron del cargo por mantener en su puesto a un grupo de músicos judíos. Tres décadas después, lo encontramos como empleado de limpieza en el mismo teatro donde actúa la reconocida orquesta: evidentemente ha sido castigado y nunca pudo retomar su lugar. Sin embargo, verá la oportunidad cuando se cruce con un fax enviado desde París, invitando a la formación a participar de un importante concierto. Filipov intentará juntar a la vieja tropa y, arrojando el fax a la basura, suplantar a la orquesta rusa en la capital francesa.
Uno puede invalidar inmediatamente el film de Radu Mihaileanu por su inverosimilitud: cómo en tiempos de Internet se puede generar semejante conflicto a partir de las comunicaciones. No obstante, muchas veces el andamiaje de la comedia de enredos exige que se suspenda la incredulidad. Pero a pesar del esfuerzo, El concierto no convence porque a esa manipulación le suma muchas otras, incluso otras más preocupantes. Por empezar, un humor apto sólo para señoras bien de más de 70 años, pero también una mezcolanza política e ideológica en su burla del totalitarismo, que la lleva a defender a los judíos para luego hacer chistes antisemitas, reforzando el prejuicio que cree combatir.
A todo esto, Mihaileanu le adosa una subtrama familiar y sentimental, con una violinista (la hermosa Mélanie Laurent, de Bastardos sin gloria) que tiene un vínculo particular con el director, y que intenta ser el complemento lacrimógeno del film. Pero tampoco esto funciona, ya que la manipulación emocional del guión se observa a kilómetros de distancia. El mayor problema de El concierto es que si bien intenta ser una sátira, sobre su última parte se pone demasiado seria y solemne como para que aceptemos el trazo grueso y la ordinariez de su conflicto.
Si bien en la actualidad el cine rumano ha dado nombres como los de Cristian Mungiu, Cristi Puiu o Corneliu Porumboiu, y películas como Bucarest 12:08, 4 meses, 3 semanas y 2 días, La noche del señor Lazarescu, Martes, después de Navidad o Cómo celebré el fin del mundo, un cine social que no olvida las posibilidades de la comedia o el melodrama, con una apuesta formal bien definida, Radu Mihaileanu pertenece a otra escuela, una más cercana al cine europeo qualité, ese que intenta sacar migas de la alta cultura, marcando diferencia snob con el cine llamado “comercial”, pero atrasando unos 50 años. Adivine usted cuál de estos cines es el que llega a las salas de estreno en la Argentina.