En la época de Brézhnev, Andrei Filipov era el mejor director de orquesta de la Unión Soviética, pero fue proscripto por no querer separarse de los artistas judíos. Treinta años después le llegará la ansiada oportunidad de volver al escenario, sólo que lo hará fingiendo que él y sus músicos son del famoso Bolshoi.
Las historias de segundas oportunidades siempre son efectivas, la posibilidad de que una acción permita cambiar la vida entera es un sueño para cualquier espectador. Estas películas protagonizadas por mayores muchas veces pecan de inverosímiles, como ocurre en las de deportes o, para citar un ejemplo puntual más improbable, con Jinetes del espacio, sin embargo este no es el caso de El concierto, ya que la música ofrece una chance concreta de que eso se haga realidad. Si bien son muy diferentes, puede reconocerse algo de Still Crazy, comedia sobre la ficticia banda de rock Strange Fruit, la cual encuentra a sus integrantes entrados en años tras dos décadas alejados de los escenarios dispuestos a hacer un regreso con gloria. En la película franco rusa un director de orquesta que se desempeña como bedel en el Teatro Bolshoi, encuentra por casualidad un fax que le ofrece lo que desde hace años estaba esperando, una nueva oportunidad de triunfar. Haciéndose pasar como miembro de la aclamada orquesta, uno a uno reunirá a los antiguos miembros de la suya, quienes han abandonado la música y se dedican a manejar taxis, realizar mudanzas o a la venta ambulante, y los preparará para el espectáculo de sus vidas.
Encabezados por Alexei Guskov, Dmitri Nazarov y Mélanie Laurent, a quien recientemente se la pudo ver en Bastardos sin gloria, se construye a partir del engaño una historia plagada de situaciones cómicas que, si bien no son efectivas en todo momento, tienen su cuota de originalidad y suavizan la trama que con su contenido histórico y político podría haber tenido un resultado tedioso. La constante referencia al pasado termina perjudicando en parte a la película, dado que el espectador queda descolocado ante muchas cosas que no se entienden y que recién pueden encontrar su explicación en los últimos minutos. Todos los personajes hablan de Tchaikovsky una y otra vez, y si bien uno sabe quien fue este compositor ruso, no queda claro el motivo por el que se lo menciona tanto, hasta que esto sea explicado recién hacia el final luego de casi dos horas.
Hay que destacar el cierre a toda orquesta, cuando el evento en el teatro Châtelet en Francia finalmente se lleve a cabo, dado que es eso lo que se espera desde el comienzo y el motivo por el que en definitiva se la ve. Son 12 minutos en los que el concierto para violín de Tchaikovsky, se apodera de la pantalla, imponiendo un ritmo in crescendo que cala hondo y eleva el nivel de la película. No hay dudas de que el espectáculo se va a dar y que el resultado será sublime, pero es necesario que el director sea capaz de reflejar su importancia y eso es lo que se hizo. Si bien el montaje con tapas de diarios que dan cuenta del evento se pasa de inocente, no afecta el gran trabajo de toda la secuencia. Mezclando así algo de drama histórico con comedia actual, y fundamentalmente acompañado por bellísima música clásica es que se desarrolla el nuevo film de Radu Mihaileanu, que suma otro más a la lista de títulos provenientes de Rumania, país que desde hace algunos años se ha mostrado como la revelación del cine europeo.