Música del alma
Comedia dramática sobre un director de orquesta, censurado en la ex URSS, que busca redimirse.
Radu Mihaileanu, realizador de El tren de la vida y Ser digno de ser , nació en Bucarest en 1958. Por una cuestión generacional, y porque estudió cine y se radicó en Francia, sus películas no se parecen a las de Nueva ola de cine rumano , como las de Cristian Mungiu ( 4 meses, 3 semanas y 2 días ), Cristi Puiu (La noche del señor Lazarescu ), Corneliu Porumboiu ( Bucarest 12:08 ), Radu Muntean ( Martes, después de Navidad ) o Catalin Mitulescu ( Cómo celebré el fin del mundo ). Aunque podría compartir el tono farsesco/histórico/político con Bucarest...y, sobre todo, con la fábula Cómo celebré..., El concierto es un producto más cercano al transitado cine europeo de qualité .
Estamos ante una comedia dramática prolija, emotiva, convencional, estereotipada, que alude, con humor y finalmente con solemnidad, a los abusos del comunismo en la ex Unión Soviética. Muchos de sus personajes, sobre todos los secundarios, condescienden a la parodia y -en algunos tramos-, a los excesos colectivos, en un tono que los acerca a Emir Kusturica. Pero, por otro lado, predominan el esquematismo, la corrección política, la “delicadeza” -la película transcurre en el mundo de la música clásica- y una estética por momentos de postal turística, que incluye desde la Plaza Roja de Moscú hasta un crucero por el Sena.
Desde el principio, queda en claro que Mihaileanu utilizará un recurso típico en su cine: la impostura, el juego con los cambios de identidad. Un ex director de la Orquesta del Bolshoi, Andreï Filipov (Alexeï Guskov), devenido empleado de limpieza del teatro, logra capturar una invitación de Théatre du Chatelet, de París, y decide reunir a la vieja formación y hacerla pasar por la orquesta rusa. No sólo necesita reclutar a los antiguos músicos sino también a un ex funcionario de la KGB, que fue manager del Bolshoi y ahora lo será de la falsa formación del teatro.
Filipov carga con la angustia de haber sido echado por orden de Brezhnev en 1980, en pleno concierto para violín de Tchaikovsky . El gobierno comunista pretendía expulsar a los músicos judíos de su orquesta, pero Filipov siguió adelante: el concierto -una obsesión para él- fue interrumpido en plena ejecución. Desde entonces, el ex director carga con sueños rotos, culpas, alguna adicción y un secreto, vinculado con una violinista talentosa, interpretada por Mélanie Laurent ( Bastardos sin gloria ).
El tono inicial de comedia amable va dejando paso al de (bello, aunque artificial) alegato contra el totalitarismo. Dos rarezas de muy distinta matriz: 1) Una mención a Messi, como “el mejor delantero del mundo”, 2) La rara crítica que hace el filme del antisemitismo. Uno de los músicos, judío, no para de intentar hacer negocios durante su viaje a Francia. Un estereotipo que parece convalidar, más que invalidar, los prejuicios.