El tópico de una niña poseída en Inglaterra, en la década de los '70, nos remite de manera directa a El Exorcista, la insuperable obra maestra de William Friedkin. Pero no. James Wan nos lleva de la mano por un camino oscuro y helado, contando una historia y generando una serie de sensaciones que no tienen nada que envidiarle al clásico protagonizado por Linda Blair.
Con el ojo puesto en Janet Hodgson (Madison Wolfe), quien parece sufrir una posesión, la película mantiene la misma estructura que su antecesora: el matrimonio Warren (Lorraine, la clarividente encarnada por Vera Farmiga, y Ed, el demonólogo en la piel de Patrick Wilson), a punto de retirarse del trabajo de campo decide finalmente acudir a brindar su ayuda. En este caso no se involucrarán demasiado, s{olo van a validar, a pedido de la Iglesia, si hay tal posesión o si se trata de un fraude. La historia redobla claramente la apuesta respecto al riesgo que corren los protagonistas en la primera parte de la saga: en aquella, Lorraine había "visto algo" que la afectó durante un exorcismo. Ahora, se blanquea que lo que vio fue la muerte de Ed, relacionada con un misterioso demonio que él también pudo percibir en un sueño. Si en la entrega anterior era la cordura de Lorraine lo que corría riesgo al tomar el caso, ahora entra en la ecuación la vida de Ed.
El punto de vista ideológico (por así llamarlo) coloca al espectador alejado de cualquier controversia sobre la legitimidad de los métodos de los Warren, considerados simuladores por mucha gente en la vida real: están incluso más estilizados desde el cast (los Warren reales son horribles, chicos), y se los ve involucrados emocionalmente en el caso; a riesgo de su propia salud, de su propia vida, alejados de la búsqueda de cualquier beneficio propio. Tienen, como en la entrega anterior, una gran implicación emocional con el caso, con la familia, y parte de esto es la fórmula para lograr la identificación: nosotros también tenemos que confiar en ellos, y cualquier duda sobre la transparencia de sus intenciones lo dificultaría.
Además de la buena construcción de la historia, la manera en que se cuenta es magistral. Un Wan mucho más maduro que el que estuvo atrás de Saw explora y encuentra un lenguaje formal propio y una cabal comprensión del género: al enfocarse más en atraparte mediante la generación de climas, cuando se propone sobresaltarte lo logra con creces, porque no apunta a hacerte saltar todo el tiempo sino que hace un trabajo casi tántrico en el manejo de las tensiones.
Lo que vengo criticando mucho últimamente, sobre el mal uso del humor en cualquier lado y por cualquier motivo, destruyendo climas a mansalva, no sucede acá. En absoluto. Hay algunas líneas de diálogo que te arrancan una sonrisa pero están estratégicamente colocadas, cuidando la integridad de la cinta, salvaguardando todas las tensiones para que canalicen en sobresalto y no en risa. Además de saber generar climas, Wan sabe canalizar catarsis: dos talentos enormes de un director de cintas de terror.
Acompañando el manejo de cámara y el montaje, la banda sonora es impecable. Tanto la música como la utilización del sonido, sobre todo el fuera de campo, contribuyen fuertemente a generar la sensación de que estás cien por cien inmerso en la historia.
Claro que la cinta tiene puntos flojos: la monja/demonio desentona un poco, quizás por cierto tono grotesco de su imagen. Lo mismo sucede con las apariciones del Hombre Torcido, un extraño pseudo Babadook Timburtoniano que no termina de encajar en el código general de la propuesta.
VEREDICTO: 9.00 - WAN WINS
El Conjuro 2 se sitúa muy por encima de la oferta de cine de terror actual en la cartelera comercial: muy bien construida, atrapante de principio a fin, generando miedo y pesadillas genuinas a través de todos los elementos que el lenguaje audiovisual pone al alcance de la mano de un director. ¡Brindemos por más Conjuros y menos Martirios Satánicos!