El placer de sentir miedo
La carrera de James Wan tomó un giro inesperado cuando firmó contrato para dirigir Rápidos y furiosos 7. La elección de Vin Diesel y compañía era por demás extraña ya que el malayo apenas si contaba con un antecedente en el género, la muy efectiva Sentencia de muerte (2007). El fantástico destino comercial de la más reciente aventura de Dom Toretto estaba escrito aunque no fuera Wan quien se encontrara sentado detrás de cámaras. Lo que no quita el excelente desempeño de este realizador de enorme talento que para regocijo de Hollywood también es un hacedor de éxitos como lo señalan El juego del miedo (2004), La noche del demonio (2010), El conjuro (2013) y La noche del demonio: capítulo 2 (esta última con una risible inversión de 5 millones de dólares recaudó 161 millones de la verde moneda). Llamó poderosamente la atención la elección de Wan porque siendo un artista con tantas condiciones -además de poseer una originalísima y por ende inimitable sensibilidad para hacer cine de terror-, su alejamiento del género que lo encumbrara disparó las alarmas de todos. Annabelle, spin-off del sensacional prólogo de El conjuro, resultó un fiasco así como una prueba flagrante de que la imaginación de Wan para generar climas de miedo a través de una puesta en escena maravillosa no es algo que esté al alcance de cualquiera. Y otro tanto le ha ocurrido a La noche del demonio 3. Claramente existe un abuso al generar franquicias insostenibles desde lo argumental pero mientras rindan en la taquilla es algo inevitable.
El creador de El silencio de la muerte se tomó un respiro al volcarse a la acción disparatada de Rápidos y furiosos. Debido a su buen hacer a lo largo del conflictivo rodaje –recordemos que la muerte de Paul Walker obligó a parar la producción por muchos meses- le ofrecieron volver a dirigir la octava entrega actualmente en filmación. Wan, para alivio de sus seguidores, no aceptó el convite porque quería ser él quien se encargara de llevar a buen puerto El Conjuro 2. El filme, que está uno o dos escalones por debajo de su antecesora, contiene todos los elementos básicos que son parte vital de esta clase de relatos. Pero la diferencia la aporta Wan con su incontrastable estilo. Este hombre no se cansa de sacar oro del barro con prácticamente nada. Apoyado en un notable director de fotografía (Don Burgess, habitual colaborador de Robert Zemeckis), una producción impecable en todos sus aspectos y un plantel de actores que a pura convicción rescata cualquier debilidad de guión, El conjuro 2 tal vez perdió algo de frescura pero se mantiene tan sólida como lo permite el oficio de su director.
Han transcurrido varios años desde el episodio de posesión que narrara El conjuro y el matrimonio de investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren (los magníficos Patrick Wilson y Vera Farmiga) continúan ayudando a la gente en problemas además de seguir sumando artículos espeluznantes a su catálogo del siniestro Museo de lo Oculto. Durante la investigación del famoso caso de Amityville la clarividente Lorraine sufre una experiencia traumática al ser embargada por una visión tan horrorosa que le provoca un replanteo de su vocación. Como consecuencia la mujer le pide a su marido que reduzcan al mínimo su contacto con lo sobrenatural. Lorraine está aterrorizada pero hay cosas que prefiere no revelárselas a nadie. Ni siquiera a Ed. Tiempo después un representante de la iglesia les solicita como favor que se trasladen a Londres para establecer cuanta veracidad existe en los ataques al parecer inexplicables que está padeciendo una mujer soltera con sus cuatro hijos. Pese a la reticencia de Lorraine los Warren no pueden negarse y se embarcan en lo que eventualmente se denominaría como el caso de Enfield, quizás el más célebre de los casi 10.000 eventos documentados en la vida real por esta pareja tan particular.
Nuevamente se desata una pesadilla sobre una familia que ve como de la nada de pronto se producen todo tipo de manifestaciones extrasensoriales donde corren un serio riesgo no solo físico sino también psicológico. La trama es simple como la anterior entrega pero aún así los guionistas se las rebuscaron para encontrarle un par de vueltas de tuerca a la historia. A partir de esos puntos de giro habrá quienes no le vean sentido al guión. Otros pensarán que los 133 minutos de duración son un exceso. Pero no nos engañemos, los que buscan entretenerse con películas como estas no necesitan de un libro de hierro ni les preocupa que se extienda en demasía el conflicto. Pero no nos engañemos, los que buscan entretenerse con películas como estas no necesitan de un libro de hierro. El fuerte aquí pasa por otro lado. Y volvemos a recaer en la figura de James Wan. Estéticamente El conjuro 2 sigue en sintonía con esos esplendorosos clásicos de los 70’s que han sido y serán de por vida los favoritos del público. Wan les rinde homenaje desde el tratamiento visual y logra su cometido de asustar porque es un director que se pone en la piel del espectador y se lo gana a fuerza de inteligencia. A otros realizadores se les puede anticipar de lejos cada jugada o movimiento que tienen preparado. A Wan no. Por eso la gente le es fiel y convierte cada uno de sus filmes en una cita ineludible con el mejor cine de género. Porque eso, ni más ni menos, es El conjuro 2.