Hace tres años James Wan, acaso uno de los mejores directores de terror de los tiempos que corren, sorprendió con la sencilla pero increíblemente efectiva El Conjuro. Basada en los casos paranormales documentados por la dulpa de Ed y Lorraine Warren, la película narraba las penurias de una familia atormentada por fantasmas, demonios y otras posesiones. Sería esta misma pareja de investigadores la que documentaría los famosos hechos del horror de Amityville, y ése es justamente el punto de partida de esta secuela.
Tras un prematuro anunció de jubilación por parte de Lorraine, ajetreada por luchar contra espíritus malignos, la pareja decide hacerse a un lado por un tiempo pero, claro, cuando nuevos horrores asoman y reclaman sus nombres a gritos, éstos se ven obligados a acudir al rescate. Claro que las cosas no son tan lineales, puesto que El Conjuro no es Los Cazafantasmas, así como tampoco es cualquier película de terror: Wan esboza con notable maestría los miedos que afloran en una casa inglesa, y lo hace con un estilo distintivo que, además de remarcable por sus proezas técnicas (planos secuencias, virtuosas puestas de cámara) no se contenta con simples golpes de efecto.
Muchos de estos aciertos, no obstante, ya estaban en la primera parte, e irremediablemente por ello pierden fuerza. Aún así, el caso documentado por los Warren aquí retratado es escalofriante, y Wan sabe exprimirlo al máximo, entregando un repertorio de horrores varios que pocas veces el cine de terror actual sabe proyectar.
Ya sea una niña levitando por los aires, o un anciano decrépito amenazando desde las sombras, el director de films como Siniestro y El Juego del Miedo (sólo la primera parte) se desenvuelve cómodo en el género, sin olvidar jamás la importancia de una buena caracterización y un suspenso bien construido. Así, El Conjuro 2 no tiene el impacto de la original pero se acerca bastante a la atmósfera tenebrosa de ésta, y se posiciona igualmente entre lo mejores que el cine de terror ha dado en los últimos tiempos.