Luego de El conjuro (2013), de James Wan; Annabelle (2014), de John R. Leonetti; El conjuro 2 (2016), también de James Wan; Annabelle 2: La creación (2017), de David F. Sandberg; La monja (2018), de Corin Hardy; La maldición de La Llorona (2019), de Michael Chaves; y Annabelle 3: Viene a casa (2019), de Gary Dauberman; El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo repite a Chaves como director para otra historia basada en un caso real (atentos en ese sentido a los muy buenos créditos finales con imágenes y sonidos de archivo) del frondoso catálogo de investigaciones de los Warren.
La secuencia de apertura es muy buena: el 18 de julio de 1981, los demonólogos Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) realizan y documentan en el pueblo de Brookfield, Connecticut, el exorcismo de David Glatzel (Julian Hilliard), un encantador (y aterrador cuando está poseído) niño de 8 años, frente a la mirada de la familia del chico y la presencia de urgencia del padre Gordon (Steve Coulter). Tras una intensa lucha, Arne Johnson (Ruairi O'Connor), el novio de Debbie (Sarah Catherine Hook), la hermana mayor del pequeño, le pide al Diablo que libere a David e ingrese en su cuerpo. Las consecuencias de ese “pase” serán sangrientas. Lo cierto es que Ed sufre un infarto y termina internado en un hospital. Cuando despierta, predice que algo trágico va a ocurrir con Arne. Hasta aquí lo que conviene contar para lo que resulta un inicio bastante prometedor.
El problema es que Chaves no es Wan y esta tercera película, que pendula entre el thriller judicial (¿puede usarse una posesión diabólica como atenuante para una condena de homicidio?) y ciertos momentos de ternura con un repaso (flashbacks mediante) de los más de 30 años de amor de los Warren, un matrimonio que ha resistido no solo al paso del tiempo sino a trabajos por demás extremos, luce bastante monocorde y por momentos un poco anodina.
La saga en general (y el dúo protagónico en particular) parece un poco desgastado luego de las dos notables entregas iniciales ambientadas en 1971 y 1977. El conjuro sigue siendo una saga magnética (mucho más que sus spinoffs y sucedáneos menores), pero el impacto de sus historias y el carisma de sus personajes ya no son los mismos. Quizás es tiempo de darle a estos dos demonólogos un descanso y esperar un regreso más cuidado de la mano de Wan o de otro director de relieve.