La historia de los Warren es bastante popular gracias a las películas de la saga «El Conjuro», creadas por James Wan y basadas en hechos reales relacionados a las ya mencionadas figuras de los demonólogos norteamericanos Ed y Lorraine. Tal fue el éxito de las dos primeras entregas «The Conjuring» (2013) y «The Conjuing 2» (2016), que a partir de entonces arrancó una especie de Universo Expandido con diversos personajes derivados de la saga principal. Annabelle tuvo 3 largometrajes en solitario, mientras que la Monja tuvo una entrega y La Llorona también. Ninguna de estas producciones alcanzó el nivel de las «aventuras» de los Warren, y probablemente, más allá de que no tuvieron la presencia de los personajes interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga, quizás no terminaron de funcionar porque tampoco contaron con la visión ni la presencia de James Wan tras las cámaras.
En esta oportunidad, Wan tampoco vuelve a dirigir la saga central de su querido Universo Warren y este hecho explica algunas cuestiones que sufre «The Conjuring: The Devil Made Me Do It» (2021). El director es Michael Chaves, el responsable de «The Curse of La Llorona» (2019), que de todos los directores involucrados en la franquicia de terror insignia de Warner, es uno de los que intenta copiar o tomar algunos recursos del estilo para meterlo en sus propias películas. Obviamente, que esto conlleva un riesgo y algunas cosas se pueden notar en está tercera parte de la saga.
«The Conjuring: The Devil Made Me Do It» vuelve a tomar un caso real como base para contar una historia muy libremente inspirada en los datos históricos. En esta oportunidad, la acción se ambienta en la década de los ’80, con unos Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga) más maduros que deben afrontar nuevamente un caso de una supuesta posesión demoniaca. La diferencia radica en que en esta oportunidad no habrá una casa embrujada como en las dos entregas anteriores, sino que tendremos a un joven, Arne Cheyne Johnson (Ruairi O’Connor), quien es acusado de asesinato y alegado en la corte que estaba bajo posesión demoniaca. El film presentará los habituales condimentos de investigación, exorcismos e incluso una lucha contra sectas ocultistas.
El largometraje se encuentra en un punto medio entre aciertos y equivocaciones. Por un lado, parece una idea conveniente (al menos en lo que respecta a una tercera película) de cambiar un poco la dinámica y no volver a caer en la premisa de «familia se muda a una casa embrujada», para mostrar otro tipo de enfrentamiento del matrimonio Warren contra las fuerzas demoníacas. No obstante, al hacer que ese contexto o escenario sea más amplio y no tan limitado a un solo lugar, también se pierde un poco la tensión y el habitual sometimiento de los personajes a un clima constante de opresión. Probablemente esto desemboque en que esta historia sea la menos aterradora de las tres, pero incluso eso se debe no solo a esto sino a otras problemáticas que afronta el film de Michael Chaves. Tras una prometedora secuencia inicial, con un claro homenaje a «The Exorcist» (1973) del gran William Friedkin, y un tono tan avasallante como vertiginoso, la cinta decide mostrar cómo el demonio pasa del pequeño David Glatzel (Julian Hilliard) a Arne quien posteriormente será el joven acusado de asesinato. Aquí vemos también un intento de unificar esa introducción con el caso central, para luego ir y venir en el tiempo con algunos momentos clave del caso con una estructura interesante, aunque no del todo bien desarrollada.
Otro aspecto destacable del cual esta entrega intenta despegarse de las anteriores es que si bien lo paranormal parece ser cada vez más grande y alejado de la realidad, esta entrega intenta ser más «terrenal» en el sentido en que el/los adversarios en esta oportunidad son parte de una secta satánica que realiza rituales para invocar espíritus y demonios. El enfrentamiento o la amenaza pasa a ser más física y menos abstracta. Y hablando de físico, también tenemos al personaje de Ed con un problema cardíaco que le agrega una cuota mayor de peligro a su figura.
A nivel interpretativo no tenemos nada que objetarle al dúo protagónico que demuestra nuevamente su química en pantalla y el cariño que le tienen a sus personajes que, vale aclarar, son profundizados y mostrados en diversos flashbacks que dan testimonio del amor y el afecto producto de esa longeva relación que mantuvieron a lo largo de toda la vida.
«El Conjuro 3» por momentos parece quedarse a mitad de camino. Chaves intenta recrear el estilo de Wan por medio de algunos recursos tales como el travelling en la casa que sitúa en tiempo y espacio al espectador, pero todo resulta forzado y hasta medio artificial, ya que James Wan utilizaba esos recursos no para hacer gala de la destreza técnica sino a modo puramente narrativo. Aquí esas emulaciones a su estilo carecen de sentido ya que la película transcurre en diferentes espacios/locaciones e involucran varios acontecimientos. Lo mejor del film de Chaves es cuando no intenta imitar sino justamente lo contrario, cuando se distancia. Claramente si comparamos esta entrega con las dos anteriores, nos demos cuenta de que esta sea la más floja de la trilogía. No obstante, «El Conjuro: El diablo me obligó a hacerlo» se presenta como un capítulo entretenido de las aventuras de los Warren, que a fuerza de algunas buenas ideas y gracias al buen funcionamiento de su pareja protagónica, logra mantenerse a flote. Un film que con sus fallos y aciertos sigue siendo más relevante que los diversos spin-offs.