Hace algo más de una década, el talentoso realizador de extracción asiática James Wan renovó las oxidadas estructuras del cine de terror norteamericano mediante un acercamiento original, inteligente y francamente espeluznante. Creaciones de su autoría, como “La Noche del Demonio” (2010) y “El Conjuro” (2013), le brindaron estatus para que el realizador generara un propio universo alrededor. Así es como surgieron personajes que cobraron entidad propia, como la terrorífica ‘Annabelle’ o la no menos inquietante ‘La Monja’. El saldo económico obtenido, y el rédito estético cotejado, le permitieron a Wan la exploración de sucesivas continuaciones. No es de extrañar como sus historias proliferaron en sagas y secuelas, cediendo éste la silla de director en muchas de ellas.
Suele ser engañosa la presentación de un producto bajo el anuncio publicitario de ‘producido por…’. ¿Hasta donde llegar el control sobre el material objeto de una nueva aventura fílmica? ¿Hasta donde las credenciales de productor de Wan alcanzan para que la película que estamos a punto de ver sea una medianamente digna? Fíjense lo que ocurriera con los subsiguientes capítulos de “Saw / El Juego del Miedo” (su original data de 2004) y tendrán una fehaciente muestra al respecto…
Si el caso real en el que se basa la historia (el infame expediente Warren) se convirtiera en un ejercicio del género del terror francamente perturbador a su estreno, en 2013, ínfima capacidad de sugestión posee la presente propuesta. Mientras la idea original de Wan se caracterizaba por su precisa creación de atmósferas para causar genuino pavor, esta insufrible secuela pierde rápidamente el rumbo creativo para convertirse en una suma de clichés que rozan el absurdo. Donde hay ridículo, no hay temor. El culto al escalofrío devino en caricaturizado pasatiempo.
Poco pueden a ser los efectivos Patrick Wilson y Vera Farmiga, encarnando a la sufrida pareja de demonólogos. El terror religioso tira de la cuerda de su agotada inventiva por enésima vez, bebiendo de las fértiles fuentes alguna vez instauradas por gemas como “El Exorcista” (1973) o “La Profecía” (1976). Cuando el mal se vuelve sobrenatural y su raíz es imposible de extirpar, Michael Chaves olvida sus talentos en una de las vitrinas cubiertas de moho del Museo Warren. “El Conjuro 3” es una película inexplicable. Y no hay exorcismo que pueda curarla.
En tiempos donde el cine de terror satánico atesta la cartelera de títulos deficientes -la comercial “Ruega por Nosotros” o la nacional “La Funeraria”-, resulta necesariamente recomendable confesar un pecado mortal para todo cineasta: la mediocridad. Perdónalos padre…