El conjuro, dirigida por James Wan en 2013, es no solo una de las películas de terror más relevantes del presente milenio, es además responsable en buena medida del auge del terror sobrenatural de la última década, punto de partida de una saga en expansión y un fenómeno comercial cuyos números la consagran como la segunda más exitosa franquicia de terror, solo superada por Godzilla. Esta serie/franquicia consta de un tronco principal con las películas de El conjuro protagonizadas por el matrimonio Warren, basados en una pareja real de investigadores paranormales y los casos en lo que estos efectivamente actuaron, y por otro lado una serie de spin offs que profundizan (ya sin los Warren) en la historia de algunos de los casos que aparecieron en la saga principal en segundo plano (las hasta ahora tres películas de Annabelle y La Monja de 2018) o relacionados a su vez con algún personaje de la serie como La maldición de la llorona (2019), que fue la última en incorporarse a lo que ya es un universo ficcional.
En todo este conjunto, Wan, suerte de George Lucas del horror, funciona como mente maestra, productor y en algunos casos autor de las historias o del concepto, y reservó para sí la dirección de las películas de la serie principal. Eso hasta ahora, ya que en El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo delega esta responsabilidad en Michael Chaves, quien fuera a su vez el director de La maldición de la llorona, con lo que todo queda más o menos en casa.
Esta tercera entrega encuentra al matrimonio de Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) enfrentados a un caso de posesión diabólica. Después de un exorcismo particularmente violento, la entidad maligna que posee el cuerpo de un niño acepta el sacrificio que le propone el novio de la hermana adolescente y abandona su presa para entrar en él. Alivio para el niño y comienzo de la pesadilla para el joven, quien después de unos días bastante perturbadores corona la temporada con un asesinato salvaje bajo la influencia de la posesión demoníaca. No es algo muy sencillo de explicar a la policía o a un jurado y, obviamente el joven termina preso, juzgado por asesinato y esperando una sentencia que podría ser de muerte. Los Warren, testigos de los hechos y conocedores de la verdad, se ponen a investigar el origen de la posesión con la idea de salvar al muchacho de la silla eléctrica convenciendo al jurado de que hay un demonio metido en el asunto. En el transcurso de la pesquisa se van encontrando con evidencias de una maldición en proceso que podría elegir a uno de ellos como nuevo blanco.
Si las dos anteriores películas de la serie se inscriben en el subgénero de fantasmas y casas embrujadas (Haunted es el término inglés más preciso), esta tercera cambia de rubro y se mete de lleno en el de posesiones, satanismo y terror religioso (para ahondar en el asunto véase nuestro Top 5 de Terror Religioso). Aquí uno de los principales modelos es El exorcista (1973), una influencia que el film explicita de entrada con un plano que reproduce el célebre afiche del film de William Friedkin. Pero si aquellas dos primeras películas de la franquicia (sobre todo la primera) se convirtieron en referentes del subgénero que abordaban, en esta ocasión el film que nos toca no pasa de un exponente menor que difícilmente deje huella.
James Wan es responsable también de otras sagas en las cuales asumió el rol de director en los primeros capítulos. Pasó con El juego del miedo, de la que dirigió el primer film (el único que sirve) y con La noche del demonio en las que se hizo cargo de los dos primeros. En ambos casos, el bajón de calidad cuando Wan dejó el puesto es notorio, lo cual puede ser un elogio para él como realizador pero no habla bien de la calidad de las secuelas. En el caso de El conjuro esta historia vuelve a repetirse y el tercer episodio está bastante por debajo de sus antecesoras y está más cerca del nivel bajo o apenas correcto de los spin offs que de la saga principal que hasta ahora venía con una vara mucho más alta.
El film es por momentos entretenido y funciona mejor cuando Chaves trata de explorar algunos elementos más sutiles y atmosféricos que fueron marca de la serie y parte de su éxito (unos dedos extraños que se asoman y confunden entre los anillos de una cortina de baño, una escena bastante aterradora en una morgue) pero estos son los menos y en general se entrega a un despliegue bombástico en el que el terror está ausente y solo queda el ruido.
Uno de las características interesantes de la serie es que los Warren, especialistas en lo suyo y autoridades en la materia, no son sin embargo infalibles ni completamente seguros de sí mismos y ya han exhibido sus vacilaciones e inseguridades, sus miedos y sus heridas abiertas. En esta tercera parte están más vulnerables que nunca, tanto física como mentalmente, lo cual agrega una tensión extra y da la oportunidad de lucimiento a los siempre efectivos Wilson y Farmiga. Pero esta cuestión se transforma también en un arma de doble filo porque, está bien, ya en los films anteriores había momentos grasas, pero es aquí donde terminan de imponerse y la cursilería más ramplona toma el final por asalto gritando que el amor es más fuerte y haciéndonos advertir con tristeza que el terror ya no vive aquí.
EL CONJURO 3: EL DIABLO ME OBLIGÓ A HACERLO
The Conjuring: The Devil Made Me Do It. Estados Unidos, 2021.
Dirección: Michael Chaves. Intérpretes: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ruairi O’Connor, Sarah Catherine Hook, Julian Hilliard, John Noble, Eugenie Bondurant, Shannon Kook. Guión: David Leslie Johnson-McGoldrick, sobre una historia de James Wan y David Leslie Johnson-McGoldrick. Fotografía: Michael Burgess. Música: Joseph Bishara. Edición: Peter Gvozdas, Christian Wagner. Diseño de Producción: Jennifer Spence. Producción: Peter Safran, James Wan. Producción Ejecutiva: Richard Brener, Michael Clear, Michelle Morrissey, Dave Neustadter, Victoria Palmeri, Judson Scott. Distribuidora: Warner Bros. (New Line). Duración: 112 minutos.