El malayo James Wan fue el "culpable" de haber iniciado en 2004 la larga saga de terror sádico de El juego del miedo (ya van siete películas), que impregnó al género de cuerpos mutilados, torturas, baños de sangre y vísceras en primer plano. Luego dirigió discretos exponentes de género - Sentencia de muerte (2007), La noche del demonio (2010)- hasta llegar a El conjuro , film que lo reivindica por completo y lo ubica como un director a seguir con mucha atención.
El conjuro está más cerca de los clásicos del terror de los años 70 ( El exorcista, Carrie ) y de los autores que dominaron la década de los 80 (Carpenter, Romero, Cronenberg, Craven, Hooper) que de las últimas franquicias que se acumularon a pura fórmula (los apuntados exceso del gore , el falso documental y el found-footage ) en los últimos tiempos.
En este sentido, El conjuro no es (ni pretende ser) una película disruptiva, sino una digna heredera de cierto clasicismo del género donde lo importante no es la búsqueda desesperada del golpe de efecto, el shock inmediato ni la vuelta de tuerca inesperada, sino la sabia construcción psicológica de los personajes, la creación de climas sugerentes y la presentación -sabiamente dosificada- de los distintos enigmas, claves y elementos (algunos sobrenaturales, por supuesto) que llevan al espectador a sumergirse e identificarse con la problemática de los protagonistas.
Tras un prólogo ambientado en un departamento en 1968 (parece que no hay película de terror sin escena previa a la trama principal), en el que se aprecian los efectos que genera en unas jovencitas una muñeca con fuerzas demoníacas, la acción salta tres años. Allí nos reencontraremos con Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), matrimonio que ha dedicado su vida a investigar la aparición de fuerzas diabólicas.
Demonólogos, cazafantasmas, expertos en fenómenos paranormales (ella, además, clarividente; él, con contactos directos con la Iglesia), Ed y Lorraine deberán ocuparse de las desventuras de un matrimonio (Lili Taylor y Ron Livingston) con cinco hijas en el ámbito de una amplia casa rural a la que acaban de mudarse (con sótano, claro). Inspirado en hechos reales, el film desentraña el pasado del lugar y describe la progresiva irrupción del Mal.
Más allá de algunas referencias inevitables ( Actividad paranormal, Chucky, Los pájaros, Poltergeist, la apuntada El exorcista ), El conjuro tiene el infrecuente mérito de transportarnos a un universo propio que resulta siempre creíble. Para destacar, en ese sentido, el aporte de las imágenes en pantalla ancha a cargo del director de fotografía John R. Leonetti.
Wan y su impecable elenco no buscan el impacto fácil y efímero. El conjuro se toma todo el tiempo que necesita para construir la tensión (un reloj que se detiene, una puerta que golpea, un moretón que se extiende en el cuerpo o el sonido del viento que entra por una ventana abierta adquieren dimensiones inusitadas) y, así, consigue un efecto mucho más duradero en el público. Bienvenido sea, pues, este regreso a las mejores fuentes del género.