Viejos temas, nuevos sustos
Hay varias películas pugnando por salir del interior de la espeluznante El Conjuro. Analizándolas por separado ninguna es original ni pareciera tener mucho para ofrecer pero al combinarlas y organizarlas dramáticamente mediante tramas y subtramas lo simple puede volverse fascinante. En particular con un director de tanto talento y amor por el cine como es James Wan, un prodigio para la puesta en escena que no necesita de artificios para impactar a un público tan fiel y a la vez tan fogueado y difícil de sorprender como es el adepto al género de terror. A Wan lo están ensalzando como también le ocurrió en alguna oportunidad a M. Night Shyamalan antes de caer en desgracia a partir de La Dama en el Agua. La comparación entre ambos realizadores no es ociosa pues se advierte como común denominador una gran maestría para construir secuencias de suspenso graduadas al milímetro, absolutamente clásicas desde lo formal (y muy en sintonía con lo que se hacía en la década del 70), y siempre con el respeto hacia la inteligencia del espectador como prerrogativa. Pese a sus condiciones la carrera del hindú Shayamalan se fue por la borda y hoy día sólo parece una sombra de aquél que deslumbrara con El Sexto Sentido y El Protegido. James Wan, de origen malayo pero formado en una escuela de cine de Australia, es todavía muy joven (36 años) y si no lo abandona su buena estrella es capaz de dar mucho más que lo ofrecido hasta ahora en títulos como El Juego del Miedo, Silencio Mortal, Sentencia de Muerte, La Noche del Demonio o esta vibrante fusión de El Exorcista, Aquí vive el Horror y la serie televisiva Martes 13 que es El Conjuro, para mi gusto la mejor de sus obras.
Utilizando como nexo argumental al matrimonio de investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson, Vera Farmiga), que en la vida real participaron en decenas de casos como los que describe la película, la historia principal que proponen los guionistas Chad y Carey Hayes es tan básica como repetida: una familia tipo se muda a una gran casa en el medio de la nada. Allí empiezan a experimentar toda clase de situaciones anómalas que afectan al matrimonio de Roger y Caroline Perron (Ron Livingston, Lili Taylor) y a sus hijas. En algún momento las cosas se salen de cauce y los Warren son convocados para dar su opinión profesional sobre las actividades extrasensoriales que allí se suscitan. Y desde luego que hay un desarrollo y un clímax que cuentan con los condimentos indispensables para no defraudar a nadie. Yo creo que si Wan dejaba la película con esa trama simplona El Conjuro se hubiese quedado corta en climas y tensión dramática. La primera idea brillante es brindarles el protagónico a los Warren y no a los Perron. La segunda idea arranca en el inolvidable prólogo (Shayamalan también aportó los suyos ahora que lo recuerdo) y concluye en la presentación del Museo de lo Oculto (con objetos malditos como los de la tienda de la serie de culto Martes 13). Veinte minutos de proyección y ya estamos masticando la tercera uña al hilo. ¡Impresionante! La tercera idea que termina por darle una contundencia tremenda al relato es la habilidad de los autores para sembrar de dudas al espectador que capta las referencias cinematográficas al vuelo pero recién cerca del final puede calzar la última pieza del rompecabezas. No se trata de ninguna genialidad sino de un guión pensado y pergeñado con astucia y en el que no faltan unos cuantos sustos bien dados. Sustos que derivan de la narrativa y de la puesta en escena de Wan quien afortunadamente desprecia los golpes de efecto facilistas.
Con una estética que recrea la textura y la “respiración” de los filmes del género rodados en los 70, El Conjuro atrapa de entrada apoyándose en un elenco sensacional que logra darle credibilidad a todas las ocurrencias de los escritores (y hay que ver para creer lo que se les cruza por la cabeza a los señores) y más que nada consiguen el milagro de que nos importen sus personajes. Este maravilloso trabajo de James Wan en un futuro quizás tenga el bien ganado prestigio que hoy es patrimonio de unos pocos títulos. Y si no es así al menos entrega lo que todos esperamos: viejos temas, nuevos sustos.