El sonido del miedo
A El conjuro (The conjuring, 2013) no hay que verla, hay que escucharla. Podría decirse tranquilamente debido a que el film dirigido por James Wan, responsable de El juego del miedo (Saw, 2004), cuenta con una edición de sonido tan eficaz que logra generar lo que las archiconocidas imágenes pasan por alto: el poder de la manipulación cinematográfica.
No estamos frente al cine de terror con “tintes realistas” tan de moda en estos días. Nos encontramos frente a un relato que se vale de la representación siempre presente y consciente para generar el miedo e ingreso a terrenos sobrenaturales propuestos.
La historia nos trae a los “únicos especialistas en casos sobrenaturales reconocidos por el Vaticano”, según anuncia la única frase que relaciona a la historia con la realidad. Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) son una pareja de “caza fantasmas” en retirada que pasa su tiempo dando conferencias en universidades (¿el misticismo aceptado en el ámbito científico?) hasta que, un buen día, la familia Perron -con mamá Perron (Lili Taylor) a la cabeza- cansada de ser molestada por extrañas apariciones, acude a ellos para que les ayuden a des-embrujar su hogar.
Consciente de la representación como decíamos, El conjuro parte de todos los lugares comunes del film de terror, con cita/homenaje/hurto a clásicos del género: la película empieza con una muñeca diabólica vista a través de un televisor. La imagen refleja el guiño a Chucky, el muñeco maldito (1988), para comenzar en la ya trillada “casa embrujada”, pasando por objetos que se mueven en la noche estilo Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), con apariciones de fantasmales del tipo de El orfanato (2008) con relación a un suceso trágico del pasado que involucra un asesinato familiar El resplandor (The shining, 1980), terminando por la posesión de un espíritu demoníaco Posesión Infernal (The evil dead, 2013), con exorcismo incluido El exorcista (The exorcist, 1973), sin olvidar pasar por Los pájaros (The birds, 1963).
A su vez, el relato evita caer en la nefasta frase de “esto ya lo vi”, porque prepara muy bien el terreno para ser igualmente eficaz en el impacto pretendido. Y el trabajo en la edición de sonido es indispensable, articulando los momentos, los espacios, acrecentando el vértigo y la tensión. Por eso la película se presenta como una montaña rusa: va creciendo lenta y pausadamente a nivel dramático para que, a partir de la hora de duración, acelerar estrepitosamente los hechos y situaciones hasta el clímax final, al mejor estilo Steven Spielberg.
Alfred Hitchcock decía acerca de Psicosis (Psycho, 1960) que se trataba del cine en estado puro. Manera interesante de referirse a cómo el dispositivo cinematográfico está no sólo en función de contar una historia sino de provocar un efecto en el espectador. Eso mismo es El conjuro, una historia de terror que apela a todo el efectismo cinematográfico posible para atrapar al espectador y tenerlo a su merced a lo largo de su metraje. Y el efecto está logrado.