Cuando el terror es tomado en serio.
En los últimos años, el cine de terror se limitó en mostrar chicas con poca ropa, sádicos torturadores o enmascarados que perseguian a chicas sin ropa para luego tomar el rol de sádicos torturadores. O, peor, nos metió en realidades ficticias tomadas por inquietas cámaras en mano. Es decir, no pasó mucho. The Cabin in the Woods fue un soplo de aire fresco y, unos años antes, Insidious cumplió el rol de referente y punta de lanza como película de terror, pura y dura, pero con respeto hacia el género.
Ahora se dió un nuevo ejemplo con El Conjuro (The Conjuring, 2013), una película que -nada casualmente- también dirige James Wan, responsable de Insidious. Su historia, en teoría basada en un hecho real (algo que podemos creer o no, a la hora que empieza la película no importa, lo terminamos creyendo de todas formas), nos mete de lleno en la familia Perron, una pareja joven con cinco hijas que se acaba de mudar a una vieja casa campestre. Desde el comienzo, vemos que hay algo extraño, ya que la mascota de la casa no quiere ni acercarse al umbral de la puerta, pero todo empeorará por la noche, a las 3:07 de la madrugada, hora en que todos los relojes de la casa se paran y comienza la fiesta de los espíritus.
Cada noche, la "actividad paranormal" empeora, hasta que se hace insostenible y la familia decide recurrir a los Warren, una pareja dedicada a la cacería de fantasmas, espectros, demonios y demás criaturas del inframundo que pasan de plano para arruinarnos la vida. Al comienzo, reticentes por un evento que afectó gravemente a Lorraine Warren (Vera Farmiga) prefirieron mantenerse alejados, pero la empatía (ellos también son padres de una chiquita) los acercó y decidieron que si, que se iban a ocupar de lo que sucedía en su antiguo caserón. Pero lo que se encontraron allí fue más que un simple embrujo. Algo antiguo y maligno habita en la casa, y su fin no es solo dejarlos insomnes. El demonio tiene una misión, y va a hacer todo lo que esté en sus garras para lograrla.
Lo más interesante del backstory de El Conjuro es que, pese a que uno crea o no los eventos, los Warren existen. De hecho, ellos fueron los responsables de la difusión y "limpieza" de la famosa casa del 112 de Ocean Avenue en una localidad llamada Amityville. Tal vez les suene de algo. Según cuenta el mito, los Warren nunca quisieron difundir el caso de los Perron, hasta el día de hoy ¿Qué los llevó a contar la historia? No lo sabemos y, en el fondo, no debería importarnos, porque como dije, no importa que sea real o no. Las brillantes actuaciones, los momentos de terror bien controlados y el clima, que puede cortarse con un cuchillo, nos meten en la maldita casa junto a ellos. Sufrimos y vivimos a través de ellos, y también logramos empatizar. Porque los protagonistas, a diferencia de muchas películas de terror, no son simplemente carne de cuchillo, son personas comunes y corrientes, sin nada extraordinario. Son gente como cualquiera, y llegamos a pensar que eso no es algo que solo le sucede a "los elegidos". Cualquiera puede estar en esa situación, y eso es lo más aterrador.
Mención aparte para la historia paralela de la película, en donde una muñeca poseída aterroriza a dos universitarias. Con ese segmento al comienzo, Wan no solo logró satisfacer su fetiche con los muñecos (pensemos en Billy en El Juego del Miedo, o la oda a las marionetas diabólicas que fue Dead Silence), sino que también nos alimenta un poco más las pesadillas con un detalle que en un principio parece descolgado, pero que con el correr de la película toma sentido.
El Conjuro es la película de terror perfecta. Con dósis de humor efectivas, pero a cuentagotas; con escenas escalofriantes y previas insoportables (no por lo malo, sino por la tensión) y con, sobre todo, actuaciones de nivel y coherentes, James Wan logró meter el terror más clásico en una pantalla moderna, sin que parezca anacrónico. Y por eso, sin dudas, Wan es el director de terror mainstream más importante de la generación Siglo XXI.