Cuando el exorcista se para en la escalera
El cine de terror es ante todo convencional: no hay género que como éste dependa casi por completo de un conjunto de códigos, leyes y hasta de lugares comunes. Las grandes películas de terror suelen ser por lo general aquellas que consiguen subvertir esas reglas de un modo sutil, y encontrar el resquicio entre ellas para generar algo nuevo. O, para ser más precisos, para causar una revolución en el sentido más estricto de la palabra. El conjuro insinúa, coquetea, amaga con intentar dar ese salto, pero al final termina revolviendo el cajón de las ideas viejas, las convenciones y las fórmulas probadas ya mil veces, sin preocuparse por darles una lavada de cara mínima para que parezcan, si no nuevas, al menos otra cosa.
Así y todo, la película no empieza tan mal, porque el guión y el director tienen la buena idea de ambientar su historia en los años ’70, década que dio algunas de las mejores películas de terror puro. Clásicos como El exorcista, de William Friedkin, o Al final de la escalera (también conocida como El intermediario del diablo, estrenada en realidad en 1980), de Peter Medak, a las que El conjuro les debe, como se verá, más que la simple inspiración. Se trata de la historia de los Warren, un matrimonio de investigadores paranormales formado por Ed y Lorraine (siempre eficientes Patrick Wilson y Vera Farmiga), que deciden ayudar a la familia Perron, tan numerosa como la familia Brady, que acaban de mudarse a un enorme caserón suburbano en busca de paz y comodidad. Aunque, claro, la casa ya tiene inquilinos de esos que no se dejan ver, pero a quienes las conocidas limitaciones de lo incorpóreo no impiden andar haciéndole maldades horribles a la gente.
La primera mitad de la película está filmada con una estética vintage que consigue recrear con eficacia el estilo cinematográfico de los ’70, ya sea desde el tratamiento del color, el tipo de travelling y las puestas de cámara elegidas para componer los cuadros. Todo el trabajo de arte, vestuario y maquillaje acentúa esos aciertos: Wilson y Farmiga, más Lili Taylor y Rod Livingston, lucen como actores de aquella época, y esos detalles encantarán a los amantes del género más atentos. Pero la segunda mitad se encarga de ir volviendo de a poco a la estética más efectista que el género empezó a practicar en los ’90, apostando más al susto repentino que a la creación de atmósferas abominables u opresivas que busquen crear la genuina sensación del miedo. Wan acaba apostando a lo más fácil. Por supuesto, habrá una escena con una pelota para “homenajear” al film de Medak, y el final reincidirá en un exorcismo tan convencional que hasta el maquillaje, los efectos y las ideas parecen no haber evolucionado nada en los 40 años que pasaron desde el estreno del clásico de Friedkin. Para empeorar las cosas, El conjuro se estrena el mismo año que la verdaderamente revolucionaria La cabaña del bosque, fatalidad que deja sus convenciones mucho más expuestas y hace aun más evidente lo previsible de su relato.