“No creo en los vampiros”.
En una época cinematográfica signada fuertemente por la aparición de vampiros hasta en la sopa, El Conjuro pone la frase del título en la boca de uno de los protagonistas y vigoriza un poco más su propia propuesta. Seamos sinceros, su propia propuesta no es más que la tan repetida fórmula de las posesiones, los fantasmas, los espíritus malignos y demás entidades demoníacas, pero la pericia de su director James Wan para jugar con las cámaras y crear suspenso, ponen a esta película de tema trillado en un lugar muy superior a la media.
La leyenda “basado en una historia real” también es un lugar común que aparece en dos de cada tres ficciones que vemos en las pantallas. Aquí lo acompañan con un texto que le agrega que la historia fue mantenida en secreto por los especialistas en apariciones paranormales Lorraine y Ed Warren por ser tan aterradora. Y todo ese prolegómeno no sería en absoluto recordable si no fuera porque a fin de cuentas, nos encontramos ante un filme que está a la altura de lo que adelanta. Los trágicos sucesos que sufrió la familia Perron -padre, madre y cinco hijas mujeres- a principios de los setenta son el hilo conductor de este filme en donde el protagonismo va variando de los miembros de la familia a los investigadores y -por qué no- a la casa misma a la que se mudan...