Drama histórico con resonancias actuales
Hoy por hoy, a Robert Redford le interesan menos las veleidades actorales, que concentrar sus esfuerzos intelectuales y económicos en exponer una historia crítica de su país y dejar planteados algunos mensajes para el presente y la posteridad. Y todo eso, al margen del cine de Hollywood.
Para ello creó la American Film Company, cuya declaración de principios está sintetizada en El conspirador , la película que le sirve de carta de presentación.
Se puede decir que es un drama histórico con resonancias contemporáneas, que trata sobre el asesinato del presidente Abraham Lincoln y sus secuelas judiciales y políticas.
Lincoln fue baleado en la noche del 14 de abril de 1865, pocos días después de concluida la Guerra de Secesión, mientras asistía en la ciudad de Washington a la puesta en escena de la obra Nuestro primero de América , y murió en la madrugada del día siguiente.
El autor del disparo fue John Wilkes Booth, uno de los actores más famosos de su tiempo. El asesinato de Lincoln formó parte de un complot organizado por partidarios de la Confederación, que no admitían la derrota de su causa. El plan incluyó también la ejecución del vicepresidente Andrew Johnson y del secretario de Estado William Seward.
Casi todos los involucrados en la conspiración fueron arrestados y sometidos a juicio. Entre ellos, Mary Surrat, una orgullosa dama del Sur, acusada de albergar en su pensión a los complotados. Además, era la madre de John Surrat, un agente al servicio de la Confederación.
Redford centra la atención sobre esa mujer, aunque narra la historia desde la óptica de Frederick Aiken, un joven capitán del ejército devenido en su abogado defensor.
Y se detiene sobre el conflicto ideológico que surge entre la acusada y su abogado por pertenecer a bandos opuestos, y porque su defendida se niega a traicionar a los suyos, a pesar de su manifiesta condición de chivo expiatorio.
En la intención de Redford también figura la discusión de un tema actual: el juzgamiento de Mary Surrat por un tribunal militar, contra la opinión del secretario de Marina Gideon Welles y del ex fiscal general Edward Bates, quienes entendían que debía intervenir una corte civil.
A través de esta y otras cuestiones afines, plantea un paralelismo con el 11-S, relacionando la utilización política del asesinato de Lincoln con la oleada paranoico/represiva desatada tras los atentados a las Torres Gemelas.
Y por esta vía, también cuestiona la modalidad jurídica aplicada a los detenidos en la base de Guantánamo. Por eso, el juicio contra los asesinos de Lincoln, en particular de Mary Surrat, es presentado por Redford como una farsa política.
El cine de Redford exhibe un estilo clásico. Elude los efectos visuales, expone una rigurosa lógica narrativa y se sostiene sobre varias actuaciones valiosas: las de McAvoy (Aiken), Robin Wright (Mary Surrat), Kevin Kline (Edwin Stanton) y Danny Huston como el fiscal de la causa.