Pacificando al país…
Si vamos a llamar a las cosas por su nombre conviene señalar que Robert Redford no entregaba una buena película desde la lejana Quiz Show (1994), aquella pequeña maravilla que superó holgadamente a Gente Como Uno (Ordinary People, 1980) y que desde entonces ha permanecido como el punto máximo del californiano en su rol de director. Sólo basta recordar bodriazos como El Señor de los Caballos (The Horse Whisperer, 1998) o Leyendas de Vida (The Legend of Bagger Vance, 2000) para tomar conciencia de hasta dónde puede llegar el hombre en cuanto al tono acartonado y la profusión de estereotipos.
Por suerte siempre quedó latente la posibilidad de redención y a decir verdad ya venía siendo hora de que escuchara a su corazoncito de centro izquierda: luego de la fallida Leones por Corderos (Lions for Lambs, 2007), típico producto coral de la década pasada que de tanto diálogo hueco terminaba diluyendo sus intenciones cuestionadoras para con la administración de George W. Bush, hoy es el turno de El Conspirador (The Conspirator, 2010), otro ambicioso ejercicio político que en esta ocasión combina el thriller judicial y el drama histórico para denunciar los atropellos legales, el oportunismo y la sed de venganza.
Aquí se mete con el proceso seguido a Mary Surratt, la única mujer acusada de ser parte de la conspiración para matar al Presidente Abraham Lincoln, al Vicepresidente Andrew Johnson y al Secretario de Estado William H. Seward: en 1865, durante la etapa final de la Guerra Civil, se la arresta por ser la propietaria de la pensión donde se planearon los atentados y de inmediato se constituye un tribunal militar para juzgar a los 8 detenidos. Así las cosas, Frederick Aiken (James McAvoy) es el abogado que debe defender a Surratt frente a un gobierno decidido a obtener una condena ejemplar para “pacificar a la nación”.
Una vez más con un elenco repleto de luminarias (Tom Wilkinson, Danny Huston, Kevin Kline, Robin Wright, Evan Rachel Wood, Justin Long, etc.), Redford demuestra su oficio sacando a flote un guión estándar que no agrega nada nuevo a los géneros considerados pero que funciona a la perfección como alegoría ponzoñosa con respecto a las violaciones a los derechos humanos en la Base Naval de Guantánamo. La pulcritud y cierto automatismo vuelven a ser los factores que impiden que el relato escale aún más y gane como obra cinematográfica, a pesar de ello la propuesta resulta gratificante y cumple sus objetivos…