Confluencia en armonía
Considerando la poca diversidad que suele ofrecer el Hollywood contemporáneo, y la concentración de “producciones grandes” en determinados géneros, una propuesta como El Contador (The Accountant, 2016) es más que bienvenida porque nos retrotrae a aquellos thrillers de acción y misterio de las décadas de los 80 y 90, los cuales -asimismo- eran una suerte de versión ridícula de sus homólogos secos e hiperrealistas de los 70. Como en aquel manojo de testosterona, homicidios y revanchas superpuestas, en esta oportunidad el verosímil no está vinculado a la correspondencia con la praxis cotidiana sino más bien todo lo contrario: desde ya que la dialéctica de la desproporción de antaño hoy está bastante contenida y no sobrepasa los límites del melodrama trabajado a partir del minimalismo y el marco de esos asesinos de elite que se alejan del pulso veloz y las explosiones ochentosas.
De hecho, en el caso de tener que elegir una característica distintiva dentro de la carrera del realizador Gavin O'Connor, por lo menos en lo que respecta a la madurez que inauguraron las interesantes Código de Familia (Pride and Glory, 2008) y La Última Pelea (Warrior, 2011), sin duda señalaríamos a los pormenores del entramado afectivo hogareño como su gran obsesión de la última década. Aquí Ben Affleck compone a un “lobo solitario” que se emparenta más con algunos de los álter egos de Charles Bronson que con los de Sylvester Stallone, por citar sólo dos referencias. Su Christian Wolff es una linda combinación de personalidades y/ o patologías, dependiendo del punto de vista: autista, abandonado por su madre, entrenado en técnicas de defensa por su padre, “contador”, ex militar, ex presidiario, auditor del crimen organizado y vengador muy aséptico… otra auténtica máquina de matar.
El guión de Bill Dubuque se divide entre una serie de flashbacks que aclaran momentos cruciales de la vida de Wolff y un presente centrado en un trabajito para la empresa de robótica de Lamar Blackburn (John Lithgow), una faena que incluye traición, sicarios, mucho peligro, la necesidad de proteger a una damisela, Dana Cummings (Anna Kendrick), y hasta una investigación por parte de Marybeth Medina (Cynthia Addai-Robinson) y Raymond King (J.K. Simmons), ambos del Departamento del Tesoro. Más allá de que extrañábamos al enorme Lithgow, la verdad es que Affleck está perfecto y transmite toda la seguridad necesaria para balancear los extremos opuestos de su personaje, consiguiendo siempre sacar a flote una lógica que mezcla los traumas del pasado con algunos remates semicómicos para las escenas de acción (Kendrick, en cambio, está un poco fuera de lugar).
Por suerte el director no le teme a la pomposidad y el desenfreno a la hora de acumular cadáveres, circunstancia que genera un tono narrativo carente de corrección política o inhibiciones porque aquí no importa justificar cada muerte sino simplemente elevar la adrenalina vía el sadismo y colaborar en el desarrollo del enigmático protagonista y su clan familiar. Por supuesto que en esencia estamos ante una catarata de clichés de variada índole que no agregan demasiado a lo ya hecho en otros períodos más fructíferos para este tipo de películas, no obstante El Contador es un producto loable que se distingue como una rareza retro y eficiente dentro del triste panorama de nuestros días, permitiéndole a O'Connor despegarse de la simpática pero inferior Jane Got a Gun (2016). Hoy los atajos retóricos del fugitivo, la doble identidad y los trastornos psíquicos confluyen en relativa armonía…