Bullying a la criolla.
Para aquel público cansado de asistir al espectáculo triste de parias norteamericanos o víctimas de bullying en colegios que nada tienen que ver con la realidad argentina, El corral significará tal vez una buena excusa para aproximarse a un fenómeno creciente y preocupante en la adolescencia, que no se circunscribe necesariamente a un tipo de clase social, sino que con distintas características se manifiesta en diversos grupos donde el denominador común es la intolerancia hacia aquel que no se ajusta a la moda dominante; a los códigos impuestos desde la sociedad de consumo o la propia idiosincracia que necesita de chivos expiatorios constantes para mantener un modelo sistemático de ganadores y perdedores, populares y anti populares, lindos y feos, pobres y ricos.
Si bien la trama nos sitúa en 1998, en un colegio privado de Formosa, lo que acontece -tanto dentro como fuera del establecimiento- no es más que la dialéctica entre víctimas y victimarios, o en su costado metafórico las ovejas dóciles del corral y el lobo que se disfraza para no quedar pegado bajo el mote de oveja negra. En ese sentido, todo se relaciona con el vínculo tóxico que entablan Esteban y Gastón. El primero es el típico paria de turno, miope y poeta, incomprendido por su familia y por sus docentes, atacado sistemáticamente por el resto de sus compañeros de clase. Hasta que llega Gastón, el pibe nuevo, canchero y rebelde, quien exhibe desde su impostura rasgos de superioridad y de incipiente resistencia a la autoridad.
En un parpadeo, la dupla de compinches encastra perfecto en una sociedad para el vandalismo, siempre bajo la influencia del oscuro chico nuevo y la resignada participación de Esteban para sentirse parte de algo, donde la premisa es sembrar el caos en un modelo en el que toda persona es sacrificable por pertenecer al rebaño.
A pesar de transitar por lugares comunes con la historia que se narra más que por pereza en el guión, el director Sebastián Caulier inserta al trillado tema algunas aristas interesantes sin subrayados y que hacen al entorno y a los efectos de temáticas acuciantes, donde existe ceguera desde varios sectores y en el que el reduccionismo mediático opera con mayor eficacia. Por eso, en las cenas familiares de Esteban se recoge el guante de la indiferencia mientras que en la televisión se procura dar marco a un caos injustificable con mentiras que tapan otro tipo de realidades.
El corral funciona como película reflejo de problemáticas adolescentes, pero no está únicamente dirigida a esta franja etaria, sino que su universalidad la excede y puede encontrar por méritos propios públicos cautivos no necesariamente locales, elemento que la hace incluso rentable para mercados foráneos.