El segundo largometraje de Sebastián Caulier es un viaje iniciático hacia la adolescencia en un lugar y momento preciso. 1989, Formosa, una escuela privada es el contexto para que dos jóvenes comiencen una relación particular que podría llegar a terminar en algo más que una amistad.
El planteo de Caulier es simple, en ese colegio con estructuras y tribus bien sectorizadas (los chetos, los nerds, etc.), Esteban (Patricio Penna) ve como sus días transcurren entre la soledad de su habitación y el acoso por parte de sus compañeros de clase.
Al llegar un joven de otra ciudad llamado Gastón (Felipe Ramusio Mora), Esteban se ve hipnotizado por la personalidad de éste, dejándose llevar por algunas ideas “alocadas” que le impone y de las cuales será cómplice y parte.
Mientras la amistad avanza, el colegio pasa a ser tan sólo el espacio en el que juntos comenzarán a desplegar sus ideas, las que, teñidas de una concepción anarquista, con el concepto de “corral” como rebaño sin sentido ni dirección, Gastón desea ejemplificar el verdadero motivo de su apatía dentro y fuera de las aulas.
Ambos comenzarán con una serie de actividades que no sólo los acercarán íntimamente, sino que, principalmente, pondrán en evidencia la dependencia y dominio de uno sobre el otro, algo que Caulier, con su hábil guion, deja expuesto desde el primer plano y la narración en off.
Más allá de esto, la película deambula por atmósferas bien diferenciadas entre sí, y juega al policial, al thriller, en la mejor línea de Gus Van Sant o la reciente película “Just Jim”, en la que se muestra a jóvenes atribulados al borde del abismo, conscientes de sus presentes, pero con ganas de cambiar la historia.
La elección del entorno, la fecha, y el lugar, ayudan a que la narración sea hipnótica, un laberinto de emociones en los que rápidamente se puede empatizar con Esteban desde el momento cero, y, principalmente, cuando parece que todo se le va de las manos al involucrarse sentimentalmente con Gastón.
Caulier acierta al escoger a los debutantes Penna y Ramusio Mora como la pareja protagónica, y los introduce en el espacio temático de la adolescencia, tomando al bullying casi como disparador nomás (de hecho durante el corte temporal que elige no se utilizaba esa palabra), privilegiando la transformación de los personajes más allá d el acoso.
Si por momentos el relato pierde fuerza, es tal vez porque se elige caer en algunos lugares comunes, como la educación sexual que Esteban le da a Gastón, o el trazo grueso con el que se presenta a los padres de éste último, seres más preocupados por mirar hacia afuera que adentro de su hogar.
Así y todo “El Corral” es un interesante ejercicio de género, buscando un camino propio y autóctono, con una densa dosis de verdad y de mirada específica sobre el comportamiento humano, en este caso juvenil, y que requeriría algún tipo de intervención adulta...
Pero que tal como está planteado el juego, claramente, esa observación queda supeditada a una extraña y siniestra simbiosis, la que, con un logrado mecanismo de dirección de actores, de escenarios naturales, de juego con la música, el off y el fuera de campo, terminan por consolidar una de las propuestas más interesantes del cine nacional de los últimos tiempos.