El corral

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

SER O NO SER UNA OVEJA

Una provincia: Formosa, año 1998. Una escuela secundaria y el típico estudiante antipopular: Esteban. Miope, poeta a escondidas, mal arquero, tímido y obediente, se comporta como “el hijo y el alumno ejemplar” pero es ignorado por su familia y burlado por sus compañeros. No tiene amigos y se siente un outsider. Hasta que un día conoce a su lado B, su alter ego, todo lo que Esteban querría ser, su nuevo compañero de curso: Gastón y su actitud irreverente de “váyanse todos a la mierda”. Rápidamente forjan una amistad marcada por un fuerte resentimiento juvenil hacia el mundo que los rodea y una idea clave: “no querer ser una oveja más del corral”. ¿Pero cómo lograrlo? Gastón plantea que solo es posible diferenciarse sembrando el caos, un caos que vendrá de la mano de la violencia. Ansiando ser otro y sin saber hasta dónde llegará todo, Esteban acepta ser parte de este juego peligroso. A partir de allí, noche tras noche, los amigos se dedicarán a cometer actos cuasi vandálicos vengándose de aquellos que los maltratan. Pero la violencia de sus operativos justicieros irá creciendo sin medida y este juego peligroso llegará al límite de la tragedia.

En su segundo largometraje el formoseño Sebastián Caulier aborda una temática muy contemporánea: la identidad como conflicto, la idea de no pertenencia social, la crueldad juvenil y las fantasías de cambio. Todos estos tópicos son de fuerte presencia en el cine de autor actual, donde aparecen tanto en las películas del genio austríaco Michael Haneke (Funny games, Benny`s video), como en relatos americanos del estilo Heathers (1988) o de la magistral Elephant (2003), de Gus Van Sant. Y si nos remontamos décadas atrás podemos ver preocupaciones similares, pero transpoladas a la infancia, en films como Cero en conducta (1933), de Jean Vigo o Los cuatroscientos golpes (1959), de Truffaut.

La sustancial diferencia entre los relatos juveniles contemporáneos y aquellos de la infancia del cine de autor, es que cambia la mirada sobre la sociedad y se actualiza de manera más cruel y sarcástica, ya que hoy tiene una ironía que en aquellos primigenios films estaba más solapada. Lo que no cabe duda es que un relato profundo sobre estos temas no deja de contener una reflexión existencial, algo que el film de Caulier no logra proponer con solvencia. El film queda más cerca de una excusa temática que pareciera servirle para poner en juego herramientas del cine de género, crear ambientes de extrañamiento, intentar secuencias de tensión y trabajar la subjetividad en la narración, ya que todo el relato se nos abre desde los ojos de Esteban y sus sensaciones, pensamientos y experiencias a lo largo de este proceso pseudo revelador.

El elenco protagonizado por el dueto novel de Patricio Penna y Felipe Mora oscila entre atractivos momentos de sinergia actoral y otros un tanto estereotipados por una construcción de personajes con fisuras en los diálogos y sobre-marcaciones. Entre la cámara, el montaje, la fotografía y el uso del sonido, Caulier logra algunas escenas de perturbación construidas desde la mutación de la percepción de Esteban, tanto en una borrachera o como cuando vive una despersonalización momentánea, excelente excusa para trastocar en estos casos la percepción temporo espacial desde la manipulación sonora y visual.

Al inicio el film me convocó a la juventud y sus temores, y se me presentó el recuerdo de una lectura paradigmática de la adolescencia: Demian, de Herman Hesse. Demian, ese “ángel negro” parecía venir de la mano del personaje de Gastón irrumpiendo en la vida chata y oprimida de Esteban, el “ángel blanco”. Pero la asociación no prosperó por mucho tiempo ya que el film se diluye en las apariencias.

El Corral es una propuesta atractiva en sus intenciones temáticas y subtextuales, pero finalmente se queda atrapada en la superficie, detenida en las meras apariencias.

Por Victoria Leven
@victorialeven