Un espía sin ley
Un historia del espionaje mundial con un personaje curioso, único e indescifrable, que además es real.
Ni James Bond, ni Mata Hari ni John Le Carre. Como el título lo dice, la de El Crazy Che es una historia de locura, de espionaje inverosímil, fantasioso, terrenal, sin espectacularidad alguna. Y allí reside su encanto. Además del chauvinismo de ocasión, claro, ya que estamos frente al autorretrato de un espía argentino, el ingeniero Guillermo Bill Gaede, un protagonista de película en un indescifrable enredo internacional.
Su propio testimonio, el asombro de sus amigos, el hartazgo de su esposa, los titulares en los medios, la palabra de periodistas extranjeros y de especialistas en temas de inteligencia se van alternando en el documental de los realizadores Pablo Chehebar y Nicolás Iacouzzi, quienes también dirigieron Castores. La invasión del fin del mundo. Pero éste es otro tema.
Y digamos que hacen lo que pueden con un protagonista tan especial. Nacido en Lanús, simpatizante del comunismo a pesar de su padre, un fascista declarado según la película, Gaede cuenta en primera persona y casi desentendiéndose del tema cómo se puso al servicio de Cuba y luego de los Estados Unidos, llevando y trayendo información sensible de un país al otro, nada menos que a finales de la Guerra Fría. Cómo llegó a los cubanos de manera voluntaria para entregarles información de los desarrollos de empresas como AMD o INTEL, en las que trabajaba, cómo se cansó de golpear puertas en la embajada, y cómo cambió de bando una vez que visitó La Habana, para volverse un doble agente, entregado a la CIA, con planes más increíbles todavía.
Más allá de la buena factura del filme, con una estructura tradicional, es el personaje quien concentra toda la atención. Sobran preguntas para hacerle a este hombre que hoy vive en Alemania, pero sobre todo no hace falta creerle sin al menos saber antes lo que cree él.