Guillermo, el súper agente
Esta es la clase de film que uno espera, como caído de un ovni, disfrutable de principio a fin, de alcance internacional y, para orgullo criollo, protagonizado por un argentino. Aunque, como bien dice el hombre en cuestión, Guillermo “Bill” Gaede, el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando, y ese debería ser un hábito. Hijo de una familia inmigrante alemana y pro nazi, Bill creció en Lanús Oeste; de allí, la familia viajó a Illinois, Estados Unidos, hasta que en 1965 regresó a Lanús para no tener que sacrificar a los pequeños hermanos Gaede en Vietnam. En 1977, Bill, ya un loco de la vida, un romántico de la Cuba comunista, vuelve a radicarse en Illinois y consigue un trabajo en el conglomerado informático AMD, en Silicon Valley. Entonces, a finales de los ochenta, se le ocurre la idea más loca: tomar información de los microprocesadores, una tecnología aún desconocida para el resto del mundo, y ofrecérsela al gobierno cubano como un aporte personal para la revolución.
La historia de Bill se complica de infinitas formas; los cubanos no le creen, luego lo aceptan como espía, pero entonces el argentino decide que la revolución es una farsa. Acto seguido, dos doble espías cubanos lo convencen para llevar información clasificada a la CIA. Una vez ahí, la CIA utiliza a Gaede para hacer contraespionaje con Cuba, poniéndolo a trabajar en el laboratorio de Intel. Entonces, Bill descubre al Terminator último modelo: el flamante procesador Pentium. Esta vuelta, en vez de colaborar, copia los manuales y decide contrabandear por su cuenta. La historia, aparte de insólita, está tan bien contada que es imposible no simpatizar con Bill. Imaginen la vida de James Bond narrada por sus compañeros de Fútbol 5: con Bill, son su mujer mexicana, protestando por ponerla siempre en riesgo, su hermano mayor, que aún vive en Lanús y no le cree nada, y el propio Guillermo, contando sus estrategias de Maxwell Smart para no quedar nunca pegado. Hay que verlo de traje en un hotel, relatando el preámbulo de la Constitución norteamericana en inglés para, de golpe, mudar su seriedad en una carcajada bien del conurbano. Un tipo adorable, un film imperdible.