Historia extraordinaria
Somos un universo de espectadores que reclaman verosimilitud, una oleada de amargados incapaces de suspender el juicio un par de horas para disfrutar del espectáculo, o que no terminan de disfrutar Misión imposible 3 porque es muy bolacera. El crazy Che viene a sacudir un poco esa modorra cínica, poniendo en primer plano a un espía argentino imposible que cuenta una historia increíble, un bolacero que atenta contra toda posibilidad de verosimilitud.
Desde la introducción, con un veloz montaje de testimonios, los directores Pablo Chehebar y Nicolás Iacouzzi despliegan los primeros trazos de la figura de Guillermo Gaede (Bill Gaede durante la mayor parte de su estancia en Estados Unidos). Comunista de familia peronista, cuyo padre se sentía cómodo elogiando los logros del inicio del gobierno de Hitler en Alemania, vivió parte de su infancia en Estados Unidos, volvió y trabajó en Entel, luego regresó a la tierra del Tío Sam llegando a Silicon Valley y consiguiendo trabajo en AMD. Esto es apenas el 5% de una vida veloz y en movimiento constante; sobre todos si pensamos que hablamos de un personaje que luego logra ser, literalmente, un doble agente en los últimos años de la guerra fría.
Gaede es un argentino de un cuento de Fontanarrosa, no alguien que sólo lo “ata con alambre”, come choripán o que putea al árbitro, sino que tiene una visión del mundo que es típicamente argentina. Un hombre que brinda la sensación de ser alguien que conoce lo mejor, pero que dada las circunstancias, estaría dispuesto a ofrecer la opción menos recomendable pero más económica. No hay nada más argentino que eso.
Por otro lado, más allá de lo convencional y correcto del film de Chehebar y Iacouzzi, está claro que una trama como la que El crazy Che devela es material para, al menos, un convencional y correcto film de espías y contra-espías. Y sin embargo, hay algo que sólo el documental puede captar y son la expresiones de los testimonios. Hermanos, amigos, esposa e hijos hablan de las actividades de Gaede como si fueran las locuras inocentes de un entusiasta de la vida (de alguna manera los son), casi olvidándose que el tipo estuvo perseguido por el FBI, o manipulado por la agencia de inteligencia cubana, o vigilado de cerca por la SIDE. Los directores ordenan un poco los factores, explican algunos pormenores necesarios y se preocupan por que el magnetismo de la historia llegue intacto para el espectador. A tal punto que por momentos parece que Guillermo Gaede cometió sus fechorías tan sólo para poder contarlas.
Hablábamos de lo difícil de atar esta historia a nuestras necesidades de algún tipo de verosimilitud, pero también deberíamos contextualizar un poco. En el mundo de hoy, que ha vendido su alma a la extrema y contante vigilancia, no hay lugar para aventureros o desquiciados muchachos desafiantes de lo establecido como Guillermo Gaede. Nuestro mundo hace que los años de guerra fría parezcan una gigantesca e infantil puesta en escena, si hasta Cuba está bajando los brazos.