El crítico en su laberinto
El film comienza con una estética que remite a Jean-Luc Godard y al estilo de cierto cine europeo de los ’60: textos que aparecen de manera entrecortada, imágenes registradas medio a los tumbos, la voz en off de un personaje solitario reflexionando sobre el cine y sobre sí mismo. Es una adecuada presentación del meditabundo Víctor Téllez, que piensa en francés porque es de esos críticos cinematográficos que veneran el cine con un aura refinada o prestigio intelectual.
Tal vez Téllez sea demasiado joven para el arquetipo –muchos críticos de su edad suelen estar más atentos al cine independiente estadounidense y a series de TV–, pero en él se compendia, de alguna manera, el desdén de buena parte de sus colegas por quienes consumen cine impulsados sólo por la moda o la costumbre.
El hecho de mostrarlo sintiendo que sus actos cotidianos forman parte de un film es uno de los aciertos de El crítico: ¿acaso no nos pasa un poco a todos los que acompañamos el discurrir de nuestras vidas con películas que, ineludiblemente, terminan ocupando un espacio privilegiado en nuestras fantasías y nuestra memoria? Claro que Téllez no sabe capitalizar lo que le ofrece el cine y ni siquiera parece disfrutarlo demasiado, hasta que –como en las comedias románticas que desprecia– conoce a una joven que logra sacarlo de su frialdad e individualismo.
El guión, escrito por el propio director, Hernán Guerschuny (Buenos Aires, 1973), está muy bien trabajado, con situaciones hábilmente planteadas y diálogos precisos, sin cargar las tintas al ironizar sobre unos u otros. Evita, incluso, el costumbrismo subrayado al que nuestro cine nos tiene mal acostumbrados, que apenas asoma en la escena del hombre de al lado rompiendo la pared. Secuencias como la del teatro o la cena en la que ella extraña a su padre permiten, con pocos elementos y sentido del humor, conocer mejor las virtudes y defectos de ambos personajes. Aunque es su primer largometraje, se nota que en Guerschuny hay conocimiento del tema y una formación detrás (estudios de cine y comunicación social, trabajos en el periodismo especializado y la realización de comerciales, programas televisivos y cortos como La cita, con el que El crítico tiene puntos de contacto).
Cuesta encontrar una película argentina con tantos guiños y referencias cinéfilas. Y pocas, de cualquier origen, que pongan el foco sobre la figura de un crítico: una excepción reciente es Un autre homme (del director suizo Lionel Baier, exhibida en el BAFICI 2009), en la que, provocativamente, la crítica cinematográfica se vinculaba a lo oscuro y lo insensible. La relación de la pareja de aquella era, sin dudas, más enfermiza que la de El crítico, que no pretende mucho más que jugar con ciertos tópicos de la comedia romántica aleándolos con las mencionadas alusiones al universo cinematográfico, tomando como eje uno de esos personajes que, aunque algo odiosos, terminan ganándose nuestro afecto o compasión.
Cabe destacar que en nuestro país la figura del crítico influyente se limita casi exclusivamente a la ciudad de Buenos Aires (en Rosario casi nunca hay funciones privadas para la prensa, son muy pocos quienes ejercen la crítica profesionalmente y, entre éstos, menos aún los que evidencian la cinefilia de Téllez). Pero la mayoría de los pormenores de El crítico son reconocibles y habituales, aquí y en todas partes, como el enojo de quienes se ven afectados por comentarios adversos dichos o escritos por comentaristas que tampoco se salvan de ser juzgados: es un hallazgo la expresión con la que un joven director los descalifica, diciéndoles no cineastas frustrados sino críticos frustrados.
Es cierto que en la ópera prima de Guerschuny la relación sentimental avanza demasiado fácilmente (como en las películas que Téllez repudia), que un ocasional desvío hacia el género policial lleva la historia a un terreno arriesgado (el castigo a la sobrina del protagonista, por ejemplo, es un hecho grave que finalmente se diluye), que la aparición de flores y veladores encendidos para sugerir un cambio anímico resulta poco sutil, y que el final (que se corresponde graciosamente con los códigos genéricos que Téllez menciona en forma despectiva) parece repetirse o desdoblarse. Pero el conjunto es estimulante y divertido, luciendo igualmente funcionales los sobrios gags, los certeros comentarios musicales, la luz penumbrosa de una Buenos Aires invernal y la verosimilitud de las actuaciones, no sólo del notable Rafael Spregelburd (con su conocida capacidad para jugar con los personajes, haciendo cómplices a los espectadores), sino también de una Dolores Fonzi más suelta que en otras ocasiones, Ana Katz, Ignacio Rogers y el resto de los secundarios.
Finalmente: es curioso cómo El crítico, aún tratándose claramente de una comedia sentimental ceñida a las reglas del género, tiene, al mismo tiempo, algo de la nouvelle vague tan admirada por su protagonista, con sus personajes afligidos deambulando por la ciudad envueltos en disquisiciones intelectuales, sus amoríos melancólicos, el universo del cine formando parte de la vida cotidiana. Otro rasgo que distingue a este film lúcido, retrato de uno de esos tipos dispuestos a cuestionar todo menos su forma de trabajo y su propia vida.
Por Fernando G. Varea