Astilla del mismo palo
Pocos personajes más antipáticos que los críticos, esos seres capaces de dañar, en pocas líneas y con un par de clarincitos -o estrellitas, deditos, etc.-, el trabajo de años. Esa cualidad los hace ideales para saltar de la platea a la pantalla y convertirse en los villanos protagonistas de una serie (como Jay Sherman en The Critic) o una película. Y qué mejor que un crítico para filmarla. Hernán Guerschuny sabe bien de lo que habla: realizador egresado del Centro de Investigación Cinematográfica, hace casi veinte años que dirige -junto a Pablo Udenio, productor del filme - la revista Haciendo cine. Así que conoce perfectamente el mundillo de los diseccionadores de películas, y lo retrata con tanta ironía como cariño.
Porque El crítico se ríe del oficio, pero sobre todo se ríe de sí misma. Y así el despiadado Víctor Téllez (Rafael Spregelburd), que jueves a jueves denosta películas y no tiembla a la hora de calificarlas con una sola butaquita, termina despertando más pena que desprecio. El tipo está enfrascado en su microplaneta -de las funciones privadas a las charlas cinéfilas de café con colegas, de ahí a la redacción- hasta que conoce a una chica (Dolores Fonzi) y queda atrapado en una de las comedias románticas que tanto detesta.
La película está plagada de cameos de personajes de la cinefilia local y de citas cinematográficas -a Woody Allen, la nouvelle vague, el Hollywood meloso, etc.- explícitas, de manera tal que todos los homenajes y plagios quedan justificados y son un arma a su favor. Transcurre en una atemporalidad en la que coinciden las computadoras con los teléfonos públicos; quizás en los ‘90, en la era pre-Internet, cuando la crítica gráfica todavía tenía mucho más poder que ahora y un cineasta podía sentirse con derecho a creer que su película había sido un fracaso de público por culpa de una mala reseña.
Hay un recurso clave para darle ritmo y gracia a la película: la voz en off. Ese elemento, que muchas veces resulta irritante, artificial o pomposo, esta vez funciona a la perfección porque Téllez, que odia las voces en off, padece la “maladie du cinéma” y es tan snob y francófilo que piensa en francés. (A propósito: no podría haber nadie mejor que Spregelburd para darle vida a tan patético personaje).
En un momento, uno de sus colegas le da a Téllez un programa que escribe críticas automáticamente, según si el texto es a favor o en contra. Si ese software existiera, arrojaría las siguientes frases para El crítico: un logrado filme, que hace gala de un humor inteligente, despojado de clichés. Una película que hay que ver.