"El crítico" parodia al reseñista cinematográfico a través de su protagonista, Víctor Tellez, cuya vida da un vuelco al verse inmerso en una comedia romántica. Es en la reverencia a ese género cuando el filme logra sus momentos destacados.
De Jay Sherman para abajo, el crítico en la cultura popular es una figura tan idealizada como invisible, tan temida como inofensiva. A esa caricatura moderna hoy en vías de extinción se aferra El crítico, dirigida con conocimiento de causa por el también crítico cinematográfico Hernán Guerschuny.
Aunque el irritablemente querible Víctor Tellez (un eficaz Rafael Spregelburd) odie todos los clichés del cine actual, al que destroza en sus reseñas de diario (sus últimas cinco estrellas fueron hace “veinte años”), él mismo encarna un cliché viviente, un cinéfilo de barba espesa, anteojos de marco grueso y gastado tweed marrón que piensa en francés en honor a su amado Jean-Luc Godard y que se junta con sus colegas para repetir hasta el hartazgo adjetivos recurrentes como “fallido”, “mediocre” o “unidimensional”.
La cuestión es que la ética de Tellez es tan absoluta que llega al absurdo, en tanto analiza la vida misma como si fuera una película. Por eso su existencia es gris, porque todo lo contempla con escepticismo, con cinismo, con ánimo depresivo: hace rato que su rutina dejó de tener cinco estrellas.
Su suerte da un vuelco cuando conoce a Sofía (Dolores Fonzi), una extranjera de la que se enamora a pesar de que ella es diametralmente distinta a sus gustos y valores de ermitaño audiovisual. Así, Tellez se verá envuelto en una trama de comedia romántica a medida de esas a las que él detesta, como si el destino (amoroso) fuera un género (“el arte imita a la vida”, se oye), ese que ostenta persecuciones innecesarias hacia el final y besos a la luz de la luna y de refulgentes fuegos artificiales.
Preferible cuando se acerca a la comedia romántica que cuando se regodea en la simple parodia, El crítico logra sus mejores momentos en la pareja Tellez-Sofía, tanto cuando él se resiste a bailar una canción de Gilda como cuando se pasean felices por mercados de pulgas o comen juntos en el descuidado hogar de él. El resto de la película parece transitar un incómodo afuera, en el que los prejuicios que se parodian son similares a los implementados para construir personajes y situaciones: el “corto experimental taiwanés” que desprecia Tellez no parece taiwanés ni experimental, y esa falta de realismo es la que permite el chiste fácil y anti-snob a lo Cohn-Duprat. Sacando esa tendenciosidad ingenuamente maliciosa, El crítico es un grato pasatiempo.