El amor y otras neurosis
En el cine romántico, siempre existió la necesidad de mostrar adecuadamente a un hombre capaz de ser más sensible, aún contra su misma voluntad. El crítico, opera prima de Hernán Guerschuny utiliza la figura de un crítico cinematográfico, interpretado por Rafael Spregelburd, para explorar las reglas del género de la comedia romántica y su vínculo con el mundo “real”, poniendo a este personaje en la situación que menos espera o ansía: la de estar enamorado. Su visión sobre el cine y con todo el universo que lo rodea, a los que permanentemente contempla con un cómodo cinismo, se pondrá en crisis.
Con esta premisa, la película construye una historia de amor que toma elementos ya vistos pero reelaborados gracias a la mirada cinéfila, sin perder sinceridad y cariño por lo que les pasa a los personajes, y sobreponiéndose a distintas fallas en los diálogos y el ritmo. Ayudan también la química entre Spregelburd y Dolores Fonzi, cada uno aportando desde su lugar a los roles que les tocan: él explicitando sus devaneos existenciales desde la palabra y también el cuerpo; ella desenvolviéndose con total naturalidad, como una mujer capaz de romper con las estructuras acostumbradas, sin resignar su propia fragilidad femenina. Así, El crítico adquiere interés a partir de cómo se hace cargo de la forma en que el cine interviene en la construcción de nuestro imaginario sobre el amor y las relaciones de pareja. Es indudable (y auspicioso) que Guerschuny supo volcar su experiencia como crítico para repensar ciertas modalidades en que se vinculan la crítica de cine y determinadas experiencias que van por fuera de ese campo, enriqueciendo su premisa inicial y la mirada del hombre sobre la mujer.
Eso sí: ya cansa un poco que el crítico cinematográfico argentino sólo pueda aparecer en la pantalla como un ser amargado e incapaz de disfrutar de nada, como si esa fuera la única manera en que puede ser. Más todavía porque esa visión aparentemente problemática para el sector de la crítica es en realidad muy cómoda. La crítica argentina carga con miserias de las cuales le cuesta mucho más hacerse cargo: las internas, los sectarismos, los lobbies, los silencios producto de amiguismos con autoridades y realizadores, el divorcio con el gusto del público, los textos escritos en piloto automático, las mesas y reuniones para autoelogiarse, los aplaudidores profesionales en festivales, los que reniegan de determinados entes de poder hasta que acceden a ellos y luego se olvidan mágicamente de todo lo que venían diciendo antes, el porteñocentrismo, por nombrar sólo algunas incomodidades. Pero claro, es mucho más fácil quedarse con los cuestionamientos más obvios, resumidos en la concepción de que “el crítico es un director fracasado”. Que encima esa perspectiva sea avalada por una gran cantidad de críticos (Marcelo Panozzo, Quintín, Diego Papic, Leonardo D´Espósito, entre otros) resalta aún más esa voluntad por eludir los debates más embarazosos y presentarse ante el mundo como un neurótico amargado cool.