Cuando Tellez conoció a Sofía
En todas las profesiones existen soberbios y amargados, pero a la opera prima de Hernán Guerschuny le interesa mostrar -con amable ironía- algo que parece conocer en profundidad, esa especie en extinción que es el crítico de cine riguroso, a contramano de un medio y un público que han cambiado.
El film arranca con la descripción del universo, entre ridículo y patético, de Víctor Téllez (Rafael Spregelburd), un intelectual malhumorado, que tiene como modelos para su escritura y su vida, la estética/ética del cine francés de los años sesenta, al punto de pensar en el mismo tono y el mismo idioma de esas películas que admira y revé una y otra vez.
Pasivo, sedentario y fumador compulsivo, su médico le ha recomendado “menos butaca y más ejercicio”. Algo de eso hace, mientras intenta congeniar con una sobrina adolescente que lo saca a correr al aire libre, al tiempo que -como no podía ser de otra forma- hablan de cine desde sus diferencias generacionales.
Solitario, recientemente separado y en busca de una vivienda mejor que el claustrofóbico departamento de su neurótico presente, Tellez empieza a recorrer lugares en alquiler hasta quedar prendado de uno, por el cual también demuestra interés una joven espontánea y movediza que lo correrá de su eje. Así es cómo el crítico encuentra a Sofía (Dolores Fonzi): avasallante, impulsiva y con inquietudes culturales diversas. Como la protagonista de la argentina “Caja negra”, también su personaje se moviliza en una encantadora bicicleta y como la Jean Seberg que enamora a Belmondo en “Sin aliento”, Sofia es una turista snob y atractiva en una ciudad de pobres corazones. Por supuesto que el choque de planetas que surge de los contrastes entre ambos es lo que vuelve a la película más divertida.
Inmerso en una especie de comedia con todos los tics que detesta, Tellez recorrerá los eternos tópicos del romanticismo recargado de los que mucho renegaba en sus implacables críticas. De la mano de la joven recorre nuevos ámbitos, como el teatro under -con el que no se conecta- pero sí con Sofía, a la que termina invitando a su casa para amarse y de paso ver sus películas preferidas que ella califica como viejas, sin entender cómo puede pasar tanto tiempo mirándolas.
Activando emociones
La película es ante todo una estrellada, pequeña y simpática historia de amor que funciona como un gran homenaje al cine y su entorno. Acierta en la creación de los climas y conflictos que no subrayan el dramatismo sino la torpeza que, a su vez, provoca la comicidad. Acumula situaciones graciosas e incontables guiños cinéfilos para todos los gustos.
La fórmula “chico conoce chica y se enamora a pesar suyo”, demuestra que puede funcionar en cualquier ámbito y en este caso en el cine adentro del cine.
Hernán Guerschuny conoce muy bien los entretelones del mundo periodístico y cinematográfico, los retrata en lugares reconocibles, aunque sin dejar afuera a un público como para festejar los abundantes gags. Muy elogiable por la capacidad para reírse de sí mismo, aun sin dejar de señalar convicciones, el director se manifiesta como un conocedor del paño, tanto en los defectos que ridiculiza con ternura, como en la demostración de que la cosa puede funcionar con el simpático juego de acumular los lugares comunes más edulcorados del género (el beso frente al río y el cielo estallando en fuegos artificiales, la corrida bajo la lluvia, las lágrimas y declaraciones de amor).
Sostenida fuertemente en el encanto de Dolores Fonzi y la excelente actuación de Rafael Spregelburg, la película conecta con los sentimientos y experiencias de la gente, porque ¿quién no ha conocido a alguien parecido en algún momento de su vida? y ni hablar de la música que es uno de los puntos más altos para demostrar hasta qué punto activa emociones instaladas en lo más hondo del inconsciente colectivo.