En una desoladora, inhóspita y árida llanura pampeana, donde apenas crecen los arbustos, el viento seco dificulta la respiración, los rayos del sol lastiman la piel y la línea del horizonte se ve muy lejana, casi inalcanzable, se encuentran de casualidad estos dos personajes, en el más amplio sentido de la palabra, que están perdidos, solos, buscando llegar a algún lugar, nada más que con el crepúsculo como testigo.
El realizador David Bisbano, nos adentra en el corazón de la geografía argentina para contarnos un relato muy particular, rayano a lo inverosímil.
Porque los protagonistas, los únicos que participan de esta película, son Alvarito (Gonzálo Urtizberea) y el Dr. Villafañe (Roly Serrano). Alvarito es un maratonista ciego que corre sin compañía, es decir que ni siquiera hay rivales a su alrededor, y su objetivo es llegar a la meta, terminar la carrera. Y por el otro lado está el Dr. Villafañe, que es un intelectual y sus trabajos están proyectados en la búsqueda del presente. Con este panorama, los actores cargan con todo el peso de relatar una historia, y que sea creíble.
Ambos visten ropa y calzado como de los años `30, o tal vez `40. Las teorías filosóficas de hallar el presente, por parte del Dr. Villafañe, se contraponen con la necesidad de Alvarito de terminar de correr el maratón.
Siguen juntos compartiendo sus proyectos y padeciendo las inclemencias meteorológicas, con un tono, una escenografía y un ritmo muy teatral, apoyados por los largos diálogos y monólogos que les toca recitar.
Es una película austera, sostenida por un grupo de personas que logran hacer un buen trabajo en la postproducción, y dos muy buenos actores con ganas de hacer cine, que se diluye no sólo por la falta de presupuesto, sino también, por la puesta y los extensos parlamentos que tienen para tratar lograr sus sueños que, en definitiva, es encontrarse a sí mismos.