Palabras que matan y amores que duelen
Mathieu Almaric (“Tournee”, “La escafandra y la mariposa”) es una de las figuras más altas del cine francés. Sus filmes aportaron intensidad, vitalidad y vuelo. Aquí, parte de una novela de George Simenon para hablarnos de Esther, dueña de una farmacia y Julien, un empresario. Son amantes. Los dos están casados. Pero será ella, con su afán posesivo y su amor incontrolable, la que irá definiendo el rumbo y el tono de la relación. Lo besa, lo rodea, lo atrae y lo muerde. Y esa forma de marcarlo será el símbolo de este amor enfermizo y riesgoso, que deja en un segundo plano a los cónyuges engañados: un marido enfermo y una esposa que prefiere mirar para otro lado. La secuencia del comienzo subraya los contrastes: después de esa apasionada escena de sexo, aparece el interrogatorio por un crimen. ¿Qué pasó? Esther, una obsesiva que toma cada palabra como un pacto, sueña con un Julien para ella sola. Pero él le explicará al juez que en la cama y en esos momentos lo que se diga no tiene un valor condenatorio. Esther es literal y quiere traducir en hechos lo que sólo son palabras: pero, “la vida es diferente cuando la vives que cuando la cuentas después” dice un Julien solo y culposo que, al final, ya sin nadie, sólo puede refugiarse en el odio.
Es un filme sobre los cuerpos sinceros y las palabras (las dichas, las olvidadas, las que están en las cartas) dudosas. Una propuesta interesante, pero fría y puntillosa. Lejos del mejor cine de Amalric. Es una lástima, porque daba para más esta desdichada historia de pasión, traición y muerte.