Un relato signado por la duda y la inestabilidad constante
A partir de un personaje que está atormentado se cuenta una historia fragmentada.
La adaptación de la novela de Georges Simenon podría haber sido un thriller judicial, pero Mathieu Amalric (cuyo último trabajo detrás de cámara fue la deliciosa Tournée en 2010) se decide por un complejo puzzle, que comienza con una pareja en un momento casi de ensueño, imágenes fragmentadas de los cuerpos, música evocadora, el desenfreno y el diálogo entre amantes, para después mostrar a Julien (el propio Amalric) frente a la policía, perplejo, ausente frente a un interrogatorio que busca desentrañar un asesinato y el hombre que atina a decir una línea decisiva: "la vida es diferente cuando la vives que cuando la cuentas después".
Ese es el punto central de La habitación azul; desde ese lugar el realizador –Astor de Plata al Mejor Director en la última edición del festival del Mar del Plata– se plantea cómo contar un crimen pero sobre todo la vida de un personaje atormentado, entonces la historia está fracturada con muchos flashback, sonidos que no se corresponden con el tiempo y el espacio que se desarrolla en la pantalla, imágenes superpuestas, diferentes perspectivas y sí, Hitchcock pero también la nouvelle vague revisitada.
Y no es París ni ninguna otra metrópoli gigantesca, sino que se trata de una ciudad de provincias, un ambiente que oprime a los personajes, él como ejecutivo de una empresa agrícola, Esther (Stéphanie Cléau, coguionista del film y pareja del director) como farmacéutica.
Las pruebas en el proceso judicial chocan con los recuerdos o lo que se ajusta a la visión de las cosas de Julien en relación a su amante, pero también a su vida familiar con Delphine (Léa Drucker), su hija, y el interrogante sobre su propia naturaleza, que niega una vida plena frente a la pulsión del sexo extraconyugal, o la infidelidad como vía de escape a esa felicidad estable que se le antoja una condena.
La duda recorre todo el relato y refleja no solo la cuestión sobre quién cometió el crimen sino que sobre todo, da cuenta de la inestabilidad del acusado, el protagonista en el banquillo para rendir cuentas a la sociedad a través del sistema judicial y a su propio sistema de valores, puestos en crisis y a un paso del quiebre y la locura.
La visión es unidireccional y está orientada pura y únicamente a bucear las razones, los deseos y la ambivalencia de Julien, y para eso la película exige un espectador activo y dispuesto a reconstruir toda la historia. Aunque el final llega abierto, demuestra que las conclusiones son apresuradas y se impone la revisión de todo lo visto.