Nada devela y supone detrás de unas primeras imágenes de cuerpos desnudos dotadas de un lirismo una poesía única que “El cuarto azul” (Francia, 2014) de Mathieu Amalric (quien también la protagoniza) terminaría conformando una historia que fuerza de flashbacks intentará explicar un misterioso crimen pasional y determinar también al culpable puntos.
Basada en la novela de Georges Simenon la historia se centra en el encuentro de dos amigos de la infnacia (Amalric y Léa Drucker) agobiados por la rutina deciden en un cuarto azul cambiar su destinos, o al menos pasar un instante juntos que los haga sentir en otro mundo. Pero la relación se intensifica, y las sospechas de las parejas de ambos también, y a pesar de esto continúan en su mundo de sábanas blancas y paredes azules.
Igual los encuentros no serán muchos, algunos en el cuarto que da nombre al filme, otros en el medio de un bosque (en una escena inicial que rebosa pasión apoyada por música incidental y dirigida con una precisión y estilo único) que bastarán para desencadenar la tragedia.
El filme vira a drama judicial/penal, porque un crimen (no importa de quién) hará que a través de flashbacks y forwards armemos un rompecabezas que por momentos se vuelve tan intenso pero también monótono.
En la elección de Amalric de narrar a través del punto de vista de Julien, el protagonista, de manera seca y directa, claramente se intenta ejemplificar un estado de las cosas que bien podría haberse manifestado de otra manera al ser más neutro en la narración.
No importa quien murió después y si alguien efectivamente lo hizo, sino la manera en la que el director narra cómo se llegó a ese punto, con total desconcierto por parte del protagonista quien vivirá un derrotero judicial agobiante y opresivo al máximo luego que decidiera terminar su relación extramatrimonial.
Amalric toma de Simenon la esencia de su historia, para intentar hablar no sólo de la fugacidad de la pasión adúltera sino que, principalmente, lo que se intenta explicitar cómo un estadio original de agotamiento puede hacer caer a las personas en un intento por superar una rutina y que a partir de la ruptura de un equilibrio inicial, a través de la exposición de pruebas que determinen la culpabilidad o no el protagonista, todo se complique.
La elección de contar todo con primerísimos primeros planos y detalles sugerentes y explícitos no hacen otra cosa que contrastar el posterior estado de agobio del personaje principal, similar al de “Atracción Fatal” hace años ya, pero que en esencia muestran un desamparo ante la exposición voluntaria a una serie de acosos por decisión propia.
Pero a diferencia del filme de Adrian Lyne el resultado es completamente negativo y al no ser claro en la exhibición de lo que realmente aconteció luego de la ruptura sentimental, el director deja al libre albedrío muchas situaciones que de haberlas manifestado, claro está, el resultado del impacto de la disrupción, nunca sería tan sorpresivo como lo es.