Cómo aprender a querer
Un film que sabe sacar partido de los silencios y los equívocos que éstos suelen provocar en los demás, El cuarto de Leo es la amable historia del joven del título (un muy expresivo Martín Rodríguez) y la progresiva aceptación de su sexualidad, y con ella, de la posibilidad de una relación duradera.
Desde el comienzo queda claro que a Enrique Buchichio, director y guionista, no le interesa contar una comedia romántica tradicional o siquiera una de iniciación: no hay aquí impedimento para que Leo logre lo que busca, más allá de las dudas e inseguridades muy reales del personaje acerca de su vida y de su relación con Seba (Gerardo Begérez), cuya postura risueña ante la existencia presenta un claro contraste ante sus dilemas. Dilemas que en un porteño no dudaríamos de tildar de "neuróticos" y que aquí alcanzan apenas para provocar algunos pasos de comedia bien resuelta (párrafo aparte merece el aporte de Felipe, el dueño del departamento de Leo, suerte de gurú/esfinge oriental que dispensa únicamente monosílabos).
El conflictuado Leo no duda en seguir el consejo de su ex novia de visitar a un psicólogo, con el que parece entablar un duelo de silencios que, a la larga, darán sus frutos. Pequeños, casi invisibles, como todo en esta película, cuyos climas lánguidos se benefician con la música de Sebastián Kramer y las canciones -"raras", como se dice allí- de Kevin Johansen y Franny Glass, entre otros.
Otra película
Bastante peor suerte corre la otra historia que narra el film, la de Caro (Cecilia Cósero), amor de la primaria de Leo, a quien este último encuentra por casualidad en los primeros minutos y pasa el resto del metraje tratando de ayudar, sobre todo desentrañando el misterio que envuelve a su depresión.
Está claro que esta segunda trama está pensada como espejo y caja de resonancia de la primera, al punto de que la opacidad de Caro contrasta con la luminosidad de Leo -y ella es también otro camino imaginable para el protagonista-, pero es tan espasmódico su desarrollo y la resolución del enigma de su tristeza tan apurada y melodramática (en una película que es todo lo contrario), que nunca parece parte del mismo relato. Con todo, El cuarto de Leo retiene hasta el previsible final el medido encanto de su protagonista, cálido, pero sin aspaviento.