Puertas adentro, puertas afuera
No todo film de iniciación debe respetar a rajatabla la introducción de un viaje o caer en la codificación de una road movie para fijar etapas de cambio en el derrotero de sus protagonistas, pero eso no significa que no pueda existir.
Eso es precisamente lo que caracteriza a esta película escrita y dirigida por Enrique Buchichio, El cuarto de Leo, film de iniciación y definiciones en materia de identidad sexual que coquetea sin llegar al fondo con el drama intimista, cargado de tiempos muertos y silencios de un joven que atraviesa una etapa muy personal de dudas y miedos sobre sus deseos y sus propios fantasmas para encontrar un camino que lo haga o transforme en un ser libre.
Decía al comienzo iniciación desde un punto de vista de partir hacia alguna instancia capaz de desplazar aquello que impulsa a no moverse más que nada por temor a un fracaso amoroso o rechazo de la persona elegida y más aún si se trata de un hombre con deseos de estar con otro hombre.
El film arranca con una típica charla entre amigos y amigas que gira en torno al sexo y allí se descubre con sutileza que ese es un problema para Leo (Martín Rodríguez). Su compañero de cuarto Felipe no es precisamente un interlocutor válido y tampoco pregunta cuando Leo llega con algún hombre y se meten en su habitación. Ese es el lugar en donde avanza silenciosamente el proceso que afecta al protagonista.
El otro espacio está representado en sus sesiones de terapia y en sus charlas con un psicólogo (Arturo Goetz), dispuesto a escuchar sin prejuzgar.
Quien parece no tener tanta paciencia por las indefiniciones del protagonista es Seba (Gerardo Begérez), en quien Leo ve su propio reflejo aunque no puede asumirlo.
En paralelo se entrelaza con una historia un tanto más dramática cuando se reencuentra con una compañera de escuela que atraviesa por un difícil momento de depresión y que encuentra en él la válvula de escape para su propia angustia.
Si bien hay una manifiesta disparidad desde el guión en el desarrollo de ambas historias, el contrapeso dramático se logra sin forzar situaciones y gracias a la buena actuación de Cecilia Cósero en el rol de Caro, antigua novia de la primaria que se conecta desde los sentimientos.
Sin grandes pretensiones y enfocada en los climas más que en las situaciones, El cuarto de Leo se afianza a medida que transcurre y al igual que su protagonista encuentra el espacio y el rumbo para fluir libre y sin ataduras.