“El Cuento de las Comadrejas” es una remake de la película del emérito José Martínez Suárez, estrenada en 1976 y titulada “Los muchachos de antes no usaban arsénico”, protagonizada por Narciso Ibáñez Menta, Bárbara Mujica, Mecha Ortiz, Arturo García Buhr y Mario Soffici. Cuarenta años después, Campanella retoma un clásico de la cinematografía argentina de los años ’70, realizada por el recientemente desaparecido director de “Noches sin lunas y soles” (1984) y responsable del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Nos encontramos ante una divertida y ácida comedia, que reflexiona acerca del mundillo cinematográfico, desnudando el costado más codicioso de la industria. Plagando de guiños una auténtica trama macabra, se permite inmiscuirse en terrenos de la intertextualidad y el metarrelato (que el cinéfilo más avezado sabrá reconocer y disfruatará). De esta forma, Juan José Campanella concreta su regreso a la ficción cinematográfica desde “Metegol” (2013). El ganador del Oscar por “El secreto de sus ojos” reúne a un elenco de lujo, encabezado por Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock, recluyendo a sus criaturas cinematográficas en decadencia en una fastuosa mansión aislada del ruido de la gran ciudad.
“El cuento de las comadrejas” nos plantea un argumento plagado de cinismo, mordacidad y perversión, mostrando el lado más oscuro de la naturaleza humana. Un preciso mecanismo orquestado por el autor lleva la resolución de la intriga hacia el límite de lo moral, lindando con terrenos insospechados. Bajo esta condición, pone en marcha un relato que se valdrá de cuantiosas referencias a íconos de nuestra gran pantalla (como Alfredo Alcón y Daniel Tinayre), como sabrosos condimentos que Campanella disemina a lo largo de un relato que transita en tono de comedia negra, abrevando en la intriga policial.
La excusa argumental le sirve a Campanella para centrar su interés en el personaje que compone Graciela Borges, vehículo para reflexionar acerca de las estrellas en decadencia y su perenne deseo por recuperar la gloria pasada; también los pecados de fama y la vacuidad de un mundo superfluo que mide su permanencia en el medio a través de éxitos, premiaciones y artificios. Allí, donde los premios trazan una alegoría sobre aquel brillo de antaño: la estatuilla dorada contrasta, notoriamente, con la obra escultórica que decora el jardín y guarda, dentro suyo, un macabro secreto.
Para Graciela, luego de brillar en la impecable "La Quietud" (2018, Pablo Trapero), su ultimo rol en pantalla hasta la fecha resulta una absoluta delicia: interpretando a una actriz en la decadencia que vive de los recuerdos de su antiguo esplendor, Borges se permite más de una autorreferencia, burlándose del status de estrella que presume una diva otoñal. Singular resulta el caso de Luis Brandoni, quien vuelve interpretar a un artista plástico, como lo hiciera en el último film de Gastón Duprat, “Mi obra maestra” (2018). En este caso, en la piel de un actor frustrado aspirante a artista visual, ofrece un delicioso duelo interpretativo junto a Borges, con quien retorna a compartir cartel, después de “Tokyo”, dirigida por Maxi Gutiérrez en 2015.
A pesar de contar con grandes intérpretes de nuestra escena, como Óscar Martínez y Luis Brandoni, se ofrecen sendas apariciones en roles un tanto limitados; no obstante, sus personajes se permiten reflexiones acerca del oficio cinematográfico: el narcisismo de toda estrella, el deísmo y divismo de directores y guionistas y la guerra de egos que se sucede durante cada filmación. Ejemplificando tales reflexiones, ese encuentro dentro de la gran mansión supone una especie de acto final interpretando una demencial ficción. Campanella potencia su explosivo cóctel satírico incluyendo a un ambivalente outsider proveniente del mundo inmobiliario: el personaje de Nicolás Francella -una sorprendente revelación- pasará de estafador a victimario, gracias al impiadoso séquito de estrellas septuagenarias que buscarán redimir viejas credenciales de gloria.
Diálogos filosos y punzantes duelos de caracteres ponen en ridículo a sus protagonistas, dejando para el recuerdo memorables escenas, como aquella potente sobreimpresión del desencajado rostro del personaje de Borges sobre un celuloide, proyectando su antaña y gloriosa imagen, una metáfora que resignifica de modo cabal sus motivaciones. Gracias a estas virtudes, “El cuento de las comadrejas” se vislumbra como una moraleja sobre la ambición humana desmedida, en cualquiera de sus representaciones. En donde timadores se verán timados bajo un perverso juego de ficción que se mimetiza, peligrosamente, con la vida real.
Con cinismo e ironía, Campanella indaga en la naturaleza humana y su condición intrínsecamente malvada, acaso en búsqueda de algún resabio de inocencia. No se presume haber encontrado rastros.