El esperado regreso de Juan José Campanella al cine de ficción con actores (después el éxito de El secreto de sus ojos, hace una década, sólo había filmado la animada Metegol -2013-) se hizo esperar. Y llega con una película que es digna de su firma, reconocible en sus diálogos. Y que es, también, una manera de homenajear al cine argentino de oro que fue, y que, sin que se le piante un lagrimón a Campanella, tal vez nunca volverá.
Campanella se basa y homenajea a Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), de su maestro y amigo José Martínez Suárez, pero lo adapta al tiempo presente, y a los que corren.
Mara Ordaz (Graciela Borges) es una actriz ya retirada que supo ser una diva del cine local, y que vive encerrada y aislada junto a tres hombres. La casona con jardines la habita con su marido Pedro (Luis Brandoni), postrado en silla de ruedas, un actor que vivió siempre a la sombra de la estrella. También viven los personajes de Oscar Martínez, el director, y Marcos Mundstock, en su primer papel protagónico, el guionista de los grandes éxitos –del pasado- de (M)Ordaz.
Los tiempos de alegría y fama han pasado. Y hasta la convivencia, con el correr de los años, se ha ido deteriorando.
Eso lo veremos luego. Antes, ni bien arranca la película, la irrupción de una joven pareja que le ofrece a Mara una oferta para comprar la mansión desencadena por un lado movimientos de supervivencia, y por otro desencaja a los tres caballeros.
Mecha Ortíz, Bárbara Mujica, Narciso Ibáñez Menta, Mario Soffici y Arturo García Buhr eran los protagonistas de aquella película, un thriller con un tinte mucho más oscuro que esta readaptación de Campanella, que prefiere el tono del humor más ácido.
Se mantiene el encierro y que sean pocos personajes, pero algunas cosas han cambiado en la trama y en los parentescos (los cuatro ancianos formaron parte del mundo del cine, ninguno es médico, y la joven que llega para vender la casona no se hace pasar por amiga de los ancianos).
Obviamente la metáfora sobre la Junta militar (los tres hombres) y la desaparición de algunas esposas de ellos sin dejar rastros no tienen cabida en esta versión actualizada, porque la cuestión pasa por otro(s) lado(s). Por la falta de respeto, por ejemplo. Ni hablar de tolerancia.
La amenaza de dos jóvenes (interpretados por Nicolás Francella y Clara Lago, la actriz de Ocho apellidos catalanes) al irrumpir, resquebrajar y/o terminar con el mundo que se han creado en la casona hace que los conflictos por las brechas –no grietas- generacionales se actualicen.
La ironía, la respuesta justa y el humor son marcas de Campanella en su cine. También, el sentimentalismo bien entendido, y esa sensibilidad y habilidad, la aptitud que se convierte en cualidad que tiene para retratar personajes y hacerlos entrar en empatía con el púbico.
La película tiene una curva, no dramática, pero sí de desarrollo casi hacia el final, cuando le desenlace es inevitable y parece estructurada de manera distinta. Casi, casi, podría hablarse de un acto en teatro, luego de un apagón en escena.
En esta primera película de Campanella rodada en la Argentina sin Ricardo Darín, su actor fetiche desde la inmejorable El mismo amor, la misma lluvia, que cumple ya veinte años, con este cuarteto de la muerte cínico y corrosivo, pero no corroído por el tiempo. Todo lo contrario.