FAMILIA SUMERGIDA
Una familia encerrada en una casa, una muerte que motoriza las miserias de los personajes, un muestrario de seres horribles e inescrupulosos pero sin demasiadas luces, un tono que juega con el grotesco, el costumbrismo y la comedia negra. Mucho de lo que pasa en El cuento del tío hace recordar a Esperando la carroza, emblemática comedia argentina de los 80’s que (lamentablemente: no pertenezco al credo) se mantiene como una referencia para muchos realizadores y espectadores. Es, sin dudas, las películas más influyentes del cine argentino de las últimas cuatro décadas. Pero el film de Nacho Guggiari no es inocente al respecto, sabe de ese parentesco y lo usa a su favor como una referencia que conecta con la platea inmediatamente pero no se queda ahí. Lo interesante se da, precisamente, en esas intersecciones donde el director se anima a experimentar, a mezclar con otros tonos y registros, para encontrar algo nuevo. No lo logra del todo, pero al menos estamos ante una película nacional mucho más lúdica que la mayoría de lo que se estrena.
Un elemento a favor de la película de Guggiari es su duración: 73 minutos que obligan a evitar muchos tiempos muertos y a avanzar conectando velozmente todas las subtramas. En ocasiones pareciera que algunas cosas precisaran más desarrollo, pero el director sabe sintetizar con algunos gestos la psicología de sus personajes: en la primera escena, el carnicero que interpreta Luis Ziembrowski agarra un trozo de carne, lo huele y en la mínima acción se siente su actitud deshonesta. Desde ahí no podremos confiar en nadie que se acerque a esa cena navideña, que contará con la presencia de un tío que hace rato no aparece y que morirá accidentalmente antes de dar una gran noticia a la parentela. El ocultamiento de un cadáver es un leit-motiv recurrente de la comedia negra: El cuento del tío básicamente sostendrá su humor y su tensión dramática en las peripecias de esta familia para ocultar la muerte del señor a su mucho más joven esposa y extorsionarla.
A diferencia de Esperando la carroza, El cuento del tío no parece ambicionar una lectura superior sobre la condición humana de los argentinos. Es apenas un cuentito menor y simpático por momentos, que apela a la suspensión del verosímil en favor de una serie de enredos bien encadenados por el guion del propio Guggiari. La película funciona en sus propios términos, más allá de cierto moralismo que se extiende sobre el final y unos giros sobre-explicados que modifican el punto de vista. En el castigo que inflige la película sobre los personajes, se adivina una posición en favor de aquellos relegados o despreciados. Pero eso no deja de ser menor ante la verdadera apuesta, que es la de merodear el grotesco y el costumbrismo, algo tan caro a la tradición cómica argentina, para atravesarlos con otras expresiones, como la comedia negra o el feísmo que se adivina en la selección de expresivos primeros planos y la ambientación lúgubre de esa casa repleta de habitaciones y pasillos. El trabajo de Guggiari sirve como contenedor de los desbordes habituales de este tipo de comedias nacionales y eso se puede ver en la actuación de Ziembrowski, un actor acostumbrado a la explosión que aquí luce mucho más mesurado que de costumbre. Ese es el mayor acierto de El cuento del tío, decir lo de siempre con algunas herramientas novedosas.