El director es James McTeigue, el mismo de V de venganza, una película que en el momento de su estreno fue una sorpresa mayúscula: una película de un debutante (aunque con gran experiencia como director de segunda unidad) con una felicidad narrativa evidente. ¿Felicidad narrativa? Sí, algo así como una fluidez alegre, festiva, un placer por contar que se transmite al espectador, que se siente transportado a viejas matinés con bloquecitos Suchard con cereales (el de papel rojo) pero sin necesidad de una estética retro. McTeigue maneja con gran eficacia la mezcla de un espíritu clase B, un poco jocoso y un poco irresponsable, con impactos y encrucijadas digitales. Previsiblemente, no todo le sale bien todo el tiempo, pero en El cuervo logra dotar de vida a un artefacto que incluye una Baltimore neblinosa, un Edgar Allan Poe interpretado con fervor y sardónica conciencia histórica por John Cusack, y una serie de asesinatos con una lógica copiada de películas de asesinos copiones (Copycat). Los cuentos de Poe se desgranan, y también las múltiples referencias a las creaciones de Roger Corman basadas en el escritor. El péndulo mortal y filoso, desde que existe la película de Corman (la fundamental El pozo y el péndulo, de 1961), es Poe y también es Corman. El nombre El cuervo también podría pensarse como un homenaje al prolífico director y productor: la película El cuervo de Corman (1963) también apenas usaba el poema del título como una mera excusa para la diversión entendida con pasión.