Tras esa notable ópera prima que fue Los globos (2016), Mariano González construye en apenas 70 minutos una película de fuertes implicancias emocionales. Sólido, concentrado y potente, este drama narra las desventuras de Luisa (impecable actuación de Sofía Gala Castiglione), una joven con doble trabajo: por un lado, colabora en un taller donde se fabrican réplicas de Budas y otras figuras en cerámica y, por otro, suma ingresos como babysitter.
Mientras cuida al pequeño Felipe se produce un accidente y el chico sufre una grave intoxicación por lo que es internado de urgente. Desesperados, los padres del pequeño, Carla (Laura Paredes) y Sebastián (Edgardo Castro), le echan la culpa a ella y a su novio Miguel (el propio González), quien justo estuvo al cuidado de Felipe en el preciso instante del infortunio.
La culpa es una de las constantes de este film que tiene a Sofía Gala Castiglione casi todo tiempo en pantalla. Es ella quien intentará -como puede, como le sale- saber cómo está el pequeño y ofrecer las disculpas del caso. La otra parte le responde con constantes negativas y hasta con amenazas de acciones judiciales.
Luisa se debate entre cubrir a su novio (que parece estar en su mundo) a pura lealtad y el deseo de distanciarse por el rechazo, indignación, angustia, bronca, desesperación y dolor que toda la situación le genera. El cuidado de los otros resulta -como buena parte de la literatura de Paul Auster o Ian McEwan, por ejemplo- un impiadoso, desgarrador e inteligente estudio sobre el azar y la precariedad con la que convivimos. Lo que en determinado momento parece pura armonía en solo un instante puede transformarse en un infierno inmanejable. De todo eso está construido este austero, preciso y al mismo tiempo provocador e inquietante film que ratifica a González como un autor para seguir muy de cerca.