Protagonista absoluta, de las que está todo el tiempo en cámara, de frente o espaldas, Luisa (Sofía Gala) se desplaza en bicicleta entre la casa que comparte con su novio y sus trabajos. En un taller donde fabrican budas decorativos y como cuidadora de un niño chiquito, Felipe, en el coqueto departamento con vistas en el que vive. Ahí sucede un accidente, primero una torpeza, de esas que pueden pasarle a cualquiera pero que parece anunciar un cambio para mal. Una puerta que se cierra a destiempo y Luisa se queda afuera, el niño adentro, la ayuda que tarda. Finalmente entra, todo parece bien, los visita su novio y pasará algo imperceptible, fuera de todas las miradas, y el chico se siente mal, taxi, hospital donde trabaja la madre, tiene una intoxicación grave.
El cuidado de los otros es el relato de las horas siguientes a ese episodio. En las que la vida de Luisa, donde todo parece temporal, queda absolutamente atravesada por el remordimiento, la culpa y el miedo por la suerte de ese chico. Sobre el hombro de su actriz, como una imagen que sintetiza el peso de la situación, la película la sigue en un registro directo, crudo. Mientras ella atraviesa la angustia y el rechazo: de los padres de Felipe hacia ella, pero también el suyo hacia su pareja, por quien mantienen una lealtad que no puede ocultar el fastidio. Gala transmite todo esto con un minimalismo coherente con su personaje. Y no hacen falta escenas de gritos ni grandes aspavientos para que la acompañemos en su pequeña gran catástrofe, hasta su estupendo desenlace. El director y actor, Mariano González, consigue con ella un relato que no por asordinado deja de ser potente, sobre la fuerza del azar y la presencia de esas zonas de peligro capaces de dar vuelta, en un minuto, los cotidianos más anodinos.