Un mundo de sensaciones
Basada en la novela juvenil creada por Lois Lowry, El dador de recuerdos (The Giver, 2014) tiene una atractiva propuesta, por momentos novedosa, pero cuyo punto fuerte es su ágil narración en manos de Phillip Noyce (Juego de Patriotas, El coleccionista de huesos, Agente Salt), que le da ritmo y tensión a este relato futurista donde la sociedad no tiene memoria colectiva.
Jonas (Brenton Thwaites) vive en una sociedad sumamente controlada, donde abunda el color grisáceo: Las personas no tienen sentimientos, ni de odio, ni de envidia, pero tampoco de amor o alegría. Para eso reciben unas inyecciones diarias y son observados por la jueza que interpreta Meryl Streep. Entre los adultos, que fundaron esta sociedad perfecta sin diferencias de clases, se encuentra el dador de recuerdos Jeff Bridges, que almacena la memoria de la humanidad, tanto los malos recuerdos como los buenos que promueven sensaciones conflictivas, según ellos. Jasón es el adolescente elegido para ser discípulo de recuerdos, y se torna rebelde contra el sistema al sentir emociones humanas.
Hay claramente un lugar común en las fantasías adolescentes que El dador de recuerdos no evita: el universo estricto y asfixiante al que rebelarse, y las grandes estrellas, Jeff Bridges y Meryl Streep en este caso, ocupando espacios de saber. Lo que hacen los actores además de darle credibilidad al relato, es sumarle frescura y un halo de misterio. El rol de Bridges es fundamental en su aporte, un loco traumado con ansias de un futuro mejor pero sin las fuerzas para llevarlo a cabo. Parece un viejo revolucionario de izquierda ante los golpes del neoliberalismo.
Como toda fantasía ficcional, sigue sus propias reglas y nomenclaturas de elementos. Aquí se reitera la palabra “liberar” que en la lógica del relato significa matar a un personaje, teniendo así más connotaciones con el concepto de liberalismo que con el de libertad.
La película recuerda a El nombre de la rosa (The name of rose, 1987), en su propuesta e incluso el personaje de Bridges parece el mítico maestro interpretado por Sean Connery. La sociedad de control que evitaba la lectura de libros porque implicaban la liberación de la risa, sensación subversiva para los valores de los franciscanos, en El dador de recuerdos, serán las imágenes visuales (supeditados a las imágenes emblemáticas de los sucesos históricos contemporáneos) las que promuevan la liberación de la mente. Un claro cambio de época, leer por ver, donde las sensaciones son ahora el motor funcional para cambiar el mundo.
Sin ser nunca una genialidad El dador de recuerdos recupera el sentido revolucionario de tantas otras sagas adolescentes de moda, sólo que esta vez mediante un uso particular del color, que va del apagado blanco y negro al color efusivo, para graficar de manera estética las distintas sensaciones humanas.