Esa inaudita búsqueda de la perfección.
“Un mundo ideal… Un mundo en el que tú y to, podamos decidir, cómo vivir…” Eso cantaba Aladdin junto a la Princesa Jasmine. Pero seguro nunca imaginaron que ese lugar se vería tan gris y conservador… Más frío que un témpano.
Una comunidad que ha impuesto en sus ciudadanos una serie de reglas extremadamente estrictas de las cuáles nadie cuestiona absolutamente nada. Sucede que todas las personas carecen de recuerdos; esas piezas de rompecabezas tan fundamentales en la vida de todo ser humano. Quizás no está mal borrar los que son tristes o duros, porque de ellos se aprenden muchas lecciones. Ni que hablar de las memorias felices. Pero como les decía, acá está todo puntillosamente elaborado como para que nadie sufra los males típicos que nos aquejan; desde enfermedades, hasta desamores, pasando por las decisiones más difíciles, las cuales son tomadas por un “jurado” de ancianos experimentados quienes además se quedan con la infancia de los niños y los convierten en adultos trabajadores. No hace falta decir que los puestos laborales no los elige cada infante a gusto y piacere, sino que se les asignan labores según las mejores aptitudes que han desarrollado en tan corto lapso temporal.
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En medio de esa maqueta aparentemente perfecta, aparece un joven llamado Jonas (Brenton Thwaites), quien comienza a dudar (obvio) de ese incorruptible sistema que su sociedad le plantea. Para completar el cuadro, Jonas posee el don requerido para convertirse en aprendiz del más sabio y memorioso ciudadano, a quien todos llaman The Giver (Jeff Bridges). Ahí nomás vendrá el drama, porque recordar todo de golpe se vuelve insoportable e imposible de mantener en secreto, como dictan las conservadoras leyes de los gerontes a cargo.
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La película, a mi parecer, peca de predecible y dudo que sea más interesante que la novela en que se basa, escrita por Lois Lowry. El rol secundario de Meryl Streep tampoco es un plus irremplazable; ni el de Alexander Skarsgård, ni el de Katie Holmes, o la participación especial de la cantante Taylor Swift. En todo caso, los roles juveniles son el fuerte de un film Sci-Fi bastante pobre, que no logra transmitir emociones y/o sentimientos significativos como el amor, el placer, el dolor, la necesidad y demás. En resumen, “cositas” propias del mundo real. Hay sí una buena labor de dirección artística, que se hace notar en los repentinos cambios del blanco y negro al color. Así como también los pintorescos elementos futuristas que vuelven todo tan pulcro, seguro, salubre y sumamente confiable. Pero el precio que se paga por una vida perfecta, es despojarnos de toda esa verdad, que amarga o dulce, es por la cual luchamos para encontrar la felicidad. La respuesta correcta puede hallarse en un recuerdo palpable cual trineo “Rosebud” y todas sus implicancias. O simplemente en el increíble espectro cromático que el propio mundo nos obsequia y que tanto nos cuesta ver con claridad.