El último depredador mortal
Escrita y dirigida por Shane Black, el arlequín detrás de los guiones de Arma Mortal (Lethal Weapon, 1987), Arma Mortal 2 (Lethal Weapon 2, 1989), El último Boy Scout (The Last Boy Scout, 1991) y El último gran héroe (Last Action Hero, 1993), El depredador (The Predator, 2018) abandona toda pretensión de suspenso o terror para abocarse de pleno a la comedia.
Como la criatura de la serie Alien, el epónimo Depredador ha sido tan sobreexpuesto que ha terminado sangrando toda la mística que lo volvía terrorífico y atractivo. La decisión pues ha sido replantear la trama entorno al Depredador en clave cómica, sentenciándole el mismo destino que han sufrido todos los icónicos monstruos de las franquicias de los 80s.
Los eventos se suceden con la cadencia y espontaneidad de una historia improvisada, sin reparar en causas o consecuencias. Una de dos posibilidades: o el guión ha sufrido numerosos cortes y recortes, o Black ha improvisado gran parte de la trama en búsqueda de humor.
La misma dibuja un ridículo garabato para enmarcar una sencilla historia de cazador y cazados. Reúne a un mercenario, McKenna (Boyd Holbrook), quien se bate a duelo con el Depredador en el primer acto; su hijo autista, quien recibe el casco del Depredador como trofeo y se convierte en una presa intergaláctica; una científica (Olivia Munn) a cargo de estudiar y eventualmente cazar al Depredador; una agencia gubernamental cuya estupidez e incompetencia motorizan gran parte de la trama y un autobús de veteranos traumados que McKenna amotina súbita e improbablemente.
La cuestión de probabilidad e improbabilidad termina siendo irrelevante a efectos de la película dado que no pretende tomarse muy en serio y el verosímil maneja valores más parecidos a los de una época en la que las audiencias suspendían su incredulidad con más facilidad. En ese sentido Black logra capturar una sensibilidad anacrónica por los 80s con mucha más sinceridad y mucho menos esfuerzo que otras narraciones, y ni siquiera tiene que ambientar su historia en la década.
El problema es que el realizador ha cambiado el género de terror por una comedia que no es particularmente graciosa. Algunos de los personajes resultan simpáticos - Sterling K. Brown como el villano de facto es particularmente efectivo - pero el humor, cortesía de los “Lunáticos” que se unen a la cruzada del protagonista, es una cacofonía de chistes forzosos contados a las apuradas. Por cada uno que acierta hay otros veinte que quedan picando. Black es de la escuela de agotar al espectador al punto de congraciarse con él.
Con la presencia del Depredador desbaratada por una trama aleatoria y sinsentido que no observa ninguna disciplina a la hora de estructurar tiempo, espacio o personajes con coherencia, el resultado es difícil de recomendar como otras cosa que entretenimiento fatuo. Lo poco que funciona aún es lo que no ha sido alterado con el tiempo y es mérito del film original: el diseño del Depredador y su tecnología, la personalidad silente pero evocativa de la criatura, los raros momentos de ingenuidad sangrienta. Los que todavía recuerden Depredador (Predator, 1987) de John McTiernan probablemente van a salir decepcionados.