Los estudios de Hollywood continúan con su obsesión por exprimir franquicias y lo de Fox con Depredador es digno de un caso de estudio respecto de los mil y un reciclajes. La saga arrancó hace más de tres décadas con Depredador (1987), del por entonces poco conocido John McTiernan; y tuvo secuelas como Depredador 2 (1990) y Depredadores (2010). No contentos con eso, los productores también apostaron al crossover Alien vs. Depredador (2004), de ese director de culto que es Paul W.S. Anderson, y su secuela Aliens vs. Depredador 2 (2007). Ahora, es tiempo de reboot, de volver a empezar, con El depredador que, sin ser una mala película, tampoco permite abrigar demasiadas esperanzas respecto de una continuidad sana en lo artístico y lo económico para esta serie.
Para este reinicio fue convocado Shane Black, cotizado guionista de películas como Arma mortal y El último gran héroe, y también escritor/director de elogiados títulos como Entre besos y tiros (2005), Iron Man 3 (2013) y Dos tipos peligrosos (2016). El sentido del humor, el desparpajo y la audacia de su filmografía previa no se advierten en una historia demasiado mecánica y estructurada, en la que lo más llamativo pasa por sus picos de gore (vísceras, cuerpos desmembrados, baños de sangre) al mejor estilo del primer Peter Jackson.
Pero el resto de las fórmulas a las que adscribe la película no funcionan bien. Ni la disfuncional relación padre-hijo entre un ex soldado devenido mercenario (Boyd Holbrook) y un niño autista-genio (Jacob Tremblay), ni la cofradía de ex militares locos (al principio del film van todos rumbo a un psiquiátrico) que enfrentará a las fuerzas extraterrestres. No hay destellos de emoción en el primer terreno ni de humor negro en el segundo. Tampoco se perciben hallazgos a la hora de las explicaciones sobre la evolución de las especies a partir de la apropiación del ADN de otros seres vivos ni en aportes en los personajes de la bella científica (Olivia Munn) o el malvado (Sterling K. Brown) de turno.
Las actuaciones son de discretas para abajo, las escenas de acción no son demasiado espectaculares, los monstruos alienígenas no dan mucho miedo y el festival de efectos visuales para las explosiones de violencia ostentan el profesionalismo, pero también el déjà vu de muchas producciones recientes. Un regreso sin (o muy poca) gloria para una franquicia que renace una y otra vez. El culto al cine clase B que se resiste a morir.