El depredador

Crítica de Henry Drae - Fancinema

VEN, DEPREDAME OTRA VEZ

El Depredador que en su momento y de la mano de Arnold Schwarzenegger como enemigo clásico, se nos presentó en 1987 en un contexto bélico como parte de un mashup que combinó a este género con la ciencia ficción al estilo Alien (con una criatura espacial acechando y matando en la invisibilidad). Lo realmente potente de la primera entrega fue la posibilidad de ver como Arnold y su imponente musculatura fueron considerados dignos de que esta criatura espacial con increíbles recursos tecnológicos decidiese terminar el conflicto a trompada limpia.

Tres años después llegaría la segunda entrega con Depredador 2 (1990), ya sin el austríaco pero con cierto encanto desde lo estético y con un Danny Glover que luego de ser casi un anciano característico al borde del retiro en Arma mortal se ponía en el rol del justiciero capaz de combatir al violento alienígena en medio de la ciudad y a los tiros y peleas entre mafiosos raperos. Finalmente se produciría un encuentro a pedido de los fans con los aliens diseñados por el maestro H.R.GIger en (Aliens Vs Depredador – 2004 y Alien Vs Depredador 2 – 2007) y una quinta entrega (Depredadores – 2010) con Adrien Brody en el elenco, que tampoco conformó demasiado pero que mantuvo viva a la franquicia.

Y hoy, Shane Black, uno de los actores, guionistas y directores más queridos y respetados por el fandom, se hace lugar para relanzar al personaje con nuevos rostros y algunas vueltas de tuerca para darle un poco más de misterio, ritmo y humor negro. Si lo consigue o no, será tema de debate y sobre todo, de respuesta en taquilla. Quien escribe disfrutó mucho del material porque cumple con lo que propone y en ningún momento nos hace anhelar otra cosa.

Todo comienza cuando Quinn McKenna (Boyd Holbrook), un francotirador en funciones -el mejor de su clase, no se cansan de aclarar-, es testigo del accidente en el cual una nave alienígena se estrella en una zona boscosa. Como “premio” por estar en el lugar menos indicado, el gobierno estadounidense lo conduce junto a otros sujetos de dudosa cordura a instalaciones secretas en las que seguramente serán “procesados” para que no queden rastros de su locura. Sin embargo, él se asegura de que no le puedan hacer nada al enviar a su casa, en la que viven su hijo y ex esposa, un par de artefactos que rescató del incidente como seguro. El niño (el solvente y sorprendente Jacob Tremblay) tiene una condición muy especial que le permite entender básicamente el funcionamiento de esos accesorios y termina haciendo contacto con un depredador en su nave, quien de inmediato se dirige a recuperar sus pertenencias.

Siendo este el atractivo desencadenante, lo que sigue es una serie de eventos de ritmo trepidante y repletos de gags proporcionados por los secundarios que se turnan para lucirse, desde Thomas Shane componiendo a un enfermo con síndrome de Tourette, hasta el incansable Keegan-Michael Key y su verborragia imparable, armando un equipo que no siempre es el mejor respaldo para el bueno de McKenna pero sí para la audiencia. La inquieta doctora Bracket (Olivia Munn) y la ex esposa del francotirador (Yvonne Strahovski) completan el cuadro que intenta mantener un endeble equilibrio que apenas se sostendría sin alienígenas tratando de cazarlos a todos.

El depredador no pierde tiempo en explicaciones, ni siquiera en generar suspenso ante lo desconocido, que no lo es porque todos sabemos de qué se trata y hasta cómo se ocultan estos bichos para acechar y atacar a sus presas. No tenía sentido un reboot porque nunca sería trasladable el auténtico espanto que mostraba ese escuadrón en la selva de la película del 87, al no saber a qué se enfrentaban. Black se pone a jugar como si fuese un niño (pero no como cualquiera sino como el mismo niño que recibe parte de las piezas del puzzle) y consigue un filme sumamente entretenido y lleno de perlitas más que disfrutables.

El realizador incluso hasta se ríe del título con el que se los ha rotulado: “depredadores” aclarando, por intermedio de uno de sus personajes, que en realidad no lo son, porque el concepto no tiene nada que ver con la depredación aunque sí con la cacería. Black vino a llamar las cosas por su nombre y, en definitiva, es uno de los más autorizados para hacerlo, si hasta dio “la vida” en la primera entrega por ello.