El estreno más decepcionante del año.
Nuevamente se repite el caso de La Liga de la Justicia, donde un estudio (en esta oportunidad Fox) arruina por completo con sus estrategias de mercadotecnia la visión original de un director que podría haber brindado una buena película.
Es muy importante aclarar esto de entrada.
Esta producción que llega a los cines, que ni siquiera debería titularse Depredador, no tiene nada que ver con la historia que concibieron originalmente Shane Black (The Nice Guys) y Fredd Dekker (director de clásicos ochentosos como The Monster Squad y Night of the Creeps).
Su obra resultó masacrada por Fox, donde se eliminó buena parte del material original, para completar con reshoots, por demanda de la compañía, un segundo y tercer acto muy diferente del que figuraba en el guión inicial. Probablemente porque a un grupo de mamertos no les gustó en las funciones de testeo la versión original de Black.
Por esa razón, escenas que se ven en los trailers ni siquiera aparecen en el corte para cines y a lo largo de la película se percibe un conflicto notable entre el tono que el director deseaba darle al film y la visión más comercial del estudio.
No se entiende para que contratan a un realizador del cine de autor como Black, quien tiene un estilo muy personal a la hora de trabajar el cinismo de sus personajes y el humor negro, si después se altera su visión para brindar un espectáculo más genérico.
Aunque al director en este proyecto se le pueden objetar algunas decisiones desafortunadas, la verdad que no es justo apuntar todos los cañones contra él porque esta ni siquiera es su película.
La gran decepción pasa por el hecho que el film tiene un comienzo bastante sólido con algunas ideas interesantes que tenían potencial para ser desarrolladas.
La primera secuencia de acción está muy bien realizada y nos presenta a un tremendo Depredador caracterizado con el estilo de la vieja escuela.
Es decir, con los efectos prácticos donde un actor en un traje interpreta al personaje. El bicho luce espectacular, masacra gente de un modo brutal y sumado a la música original de la saga, uno se relaja con una sonrisa en la butaca.
Hasta ese momento volvimos al ´87 y Shane Black no defrauda con una poderosa dosis de nostalgia.
El director presenta con efectividad al francotirador que encarna Boyd Holdbrook (Narcos), en una secuencia que incluye un fan service al film original de John McTiernan y luego pasamos a conocer dos novedades interesantes.
La trama esta vez se desarrolla en los suburbios y el conflicto tiene como disparador a un nene autista interpretado por ese gran actor que es Jacob Tremblay (The room).
Si bien a esta producción le falta una figura más carismática que Holdbrook (como un Jason Statham) y el sexismo con el que se retrata al personaje de Olivia Munn atrasa culturalmente un par de años, el comienzo es prometedor e inclusive expande la mitología de los alienígenas al explicar por qué viajan a la Tierra.
Lamentablemente después de los 40 minutos iniciales el Titanic choca contra el iceberg y no queda otra que ponerse el chaleco salvavidas y sobrevivir el desastre que se avecina.
El Depredador se hunde con la aparición de unos perros extraterrestres que son monigotes artificiales de animación computada y abren la puerta a la película mediocre que se desarrollará en adelante.
A partir de ese momento el relato de Black se vuelve completamente incoherente y como ocurría en la Liga se nota que faltan escenas en la película.
Durante la segunda mitad la explicación de por qué los alienígenas llegan a la Tierra cambia tres veces, Olivia Munn pasa de ser una científica a convertirse en la hija de Rambo, la subtrama del chico autista queda desplazada y la construcción del clímax se desarrolla de un modo muy acelerado.
La película se excede con el humor Marvel, que en más de una oportunidad arruina situaciones de tensión, y cuenta con una edición frenética para que el bobero de estos días no se aburra y pueda seguir la historia.
En el colmo de la estupidez, luego uno de los perros extraterrestres por motivos inexplicables se convierte en un aliado de los héroes. Se supone que esto iba a ser una película de Depredador.
Durante el resto del film no hay una situación decente de suspenso o terror y nadie le tiene miedo a los alienígenas que son tomados para la chacota. De hecho, esta es la única entrega de la saga donde los personajes humanos se divierten en el combate contra los monstruos que deberían generar una reacción diferente.
En los aspectos más técnicos las escenas de reshoots se notan con facilidad ya que los efectos especiales empeoran con el desarrollo de la trama y queda claro que los hicieron a las apuradas.
El caso más lamentable tiene lugar en la artificial batalla final donde es evidente que detrás de los actores hay una pantalla de croma.
Para tratarse de una película de Depredador el espectáculo que se ofrece es muy pobre y los supuestos elementos innovadores (chistes cada 30 segundos) no terminan de funcionar.
No hay una coherencia narrativa y la visión original del director terminó manoseada por el estudio.
El insulto final viene con un paupérrimo epílogo que presenta una de las ideas más idiotas que se concibieron en esta saga y esperemos que nunca se llegue a desarrollar.
Salvo que tengas once años, no se puede justificar cualquier bazofia con la excusa del entretenimiento y el hecho que incluyeron escenas sangrientas.
Nadie le exige a esta producción una historia de ciencia ficción de Philip K. Dick pero el argumento debe tener un mínimo sentido.
Más allá del conflicto que hubo entre el director y el estudio, el corte final que llegó a los cines no ofrece una buena película de Depredador que valga la pena el costo de una entrada de cine.