Entre las mejores fiestas que nos ofrece el cine actual, figuran las películas de Shane Black. Black es un ironista y un espíritu juguetón antes que nada: no solo inventó la película de pareja despareja (las Arma Mortal y El último boy-scout salen de su pluma; de paso dirigió las geniales Kiss Kiss-Bang Bang, Iron Man 3 y Dos tipos peligrosos), sino que tiene una rara conexión con la infancia: siempre un nene que complementa el mundo adulto es el punto de vista que torna el peligro en maravilla. El humor de Black es, bueno, “black”, negro, pero no carece de ternura. Dicho esto, su “reboot” de Depredador, personaje lanzado por John McTiernan (con quien Black colaboró más de una vez) es una película de aventuras con mucho humor negro, mucha acción y cero sentimentalismo tonto. Es decir, una película inteligente porque confía que el espectador va a llegar, a través del movimiento y la elección de cada personaje, al fondo del asunto. La película desconfía de la fuerza bruta tanto como del conocimiento libresco: es la audacia del “chanta” combinada con la inocencia infantil de no medir el peligro lo que conjura la amenaza. En el fondo, este paseo del extraterrestre feroz por suburbios americanos no es más que una gran ironía que, como todo en el cine de este autor un poco secreto, recuerda el tono del gran Elmore Leonard. Black filma la acción con una precisión poco frecuente, y lo que manda es el movimiento transformado en arma intelectual. Se puede sumar a la fiesta sin miedo.